Irma, el gran huracán que azotó el Caribe y la Florida, trae a la
memoria -de nuevo- una verdad incómoda: el cambio climático, inocultable
más allá de los discursos elaborados desde el poder y la ignorancia.
Fenómenos naturales cada vez mayores y más destructivos sacuden al
mundo. Inundaciones y sequias, fríos y calores extremos, tanto como los
recientes huracanes, son noticia cotidiana en todas las esquinas del
planeta. Según afirma una gran mayoría de científicos, esos fenómenos
naturales -cual jinetes climáticos del apocalipsis- son la consecuencia
global del aumento de las temperaturas y de las variaciones climáticas
extremas. Y esto recién empieza… La razón nos dice que esta cadena de
catástrofes causadas por desórdenes climáticos severos debería demoler
las posiciones negacionistas. Pero el tema no es fácil. El poder no
suele regirse a la razón, peor a aquella de quienes imaginamos un mundo
en paz y fraternidad. Más común es que la razón se atrofie a gusto y
placer del poder.
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