A estas alturas de septiembre, el asunto del referéndum del 1-O se ha
convertido en una enorme trifulca donde estamos dilapidando toda la
energía política del país. Mientras la atención mediática se centra,
semana tras semana, en el pulso Madrid-Barcelona, la corrupción sigue
impune, la crisis sigue sin estar resuelta y el cambio climático nos
muestra sus dientes en forma de una sequía atroz. Ni siquiera los
debates políticos están sirviendo para realizar una reflexión seria
acerca de la organización territorial y el modelo de estado que queremos
(¡o confederación de estados, o lo que sea!).
Cada vez tengo más
la sensación de que este país avanza en la dirección justamente
contraria hacia donde debería ir. Quizá sea porque mi visión de la
realidad está sesgada o quizá porque me empecino en buscar los caminos
erróneos, pero, si no tengo la suerte de equivocarme, los que no tienen
ni idea de lo que está pasando en el mundo y están haciendo todo lo
contrario a lo que deberían son los líderes que nos gobiernan. Porque lo
peor de todo lo que se mueve alrededor del Procés catalán no es el
hecho de que Cataluña llegue a independizarse, sino cómo se llegue o no
se llegue a ese resultado. Lo peor es que el conflicto catalán lleva
camino de convertirse en una tortuosa y larga agonía que absorba toda
nuestra energía colectiva y haga que nos pasemos años, años y más años
en una contienda que puede llegar a las más altas cotas de degradación
moral o convertirse en una guerra.
Sem comentários:
Enviar um comentário