Este mes en Carcaj entrevistamos a Carmen Castillo (Santiago, 1945),
documentalista chilena radicada en Francia, conocida por obras como La flaca Alejandra (1994), Calle Santa Fe (2007) y su última película, Aún estamos vivos
(2015). Estas realizaciones, que son las más marcadas por la historia
política chilena y la pregunta por la memoria, fueron el eje de la
conversación que sostuvimos con la documentalista, en cuyo trabajo
encontramos sin embargo una gama de intereses tanto más amplia, que
va del diálogo con autores, y la búsqueda en torno a la música al
documental de denuncia. En su voz nos vamos encontrando así con una
reflexión original acerca del compromiso político y la elaboración
poética: las huellas de un quehacer desplegado en la historia y abierto a
los encuentros.
El cine documental en los encuentros del exilio
“Al cine documental llegué por los encuentros del exilio: otra vida
después del terremoto que significa dejar algo, partir, luchar contra la
nostalgia, experimentar el exilio en los encuentros. Y en realidad este
camino, en mí caso, que no tengo ninguna formación en la imagen ni en
lo pictórico, fue una entrada a través del deseo de contar historias que
tienen que ver con la memoria de Chile. Ese fue el punto de partida.
Después, he podido realizar diferentes tipos de documentales, algunos
sobre escritores, sobre música, etc.; no he permanecido solamente en
Chile, pero en general es el territorio latinoamericano, y son historias
que deseo contar. Así, voy a encontrarme con el cine documental en
Francia, a través de Pierre Devert, quien va a pedirme que trabaje en
una película sobre Chile a diez años del golpe: Los muros de Santiago.
El documental es entonces para mí un trabajo que nace con el exilio y
el deseo de contar las historias de la resistencia chilena. Por ahí
comienza todo esto.
“Es un encuentro tardío y siempre temprano, porque cada película es
una nueva aventura: tienes que aprenderlo todo de nuevo, no hay
acumulación. Cada historia tiene su forma y hay que encontrarla. Son
desafíos en donde, aunque vayas aprendiendo (entre el 81 que comencé y
hoy día he aprendido mucho), siempre es igual: en cada nueva película
tienes que pasar por todo un momento de atención al deseo original, a la
realidad, al momento en que te vas a ir encontrando concretamente con
las personas que quieres filmar, e ir repensando la historia. Yo ya
había escrito Un día de octubre en Santiago, y estaba allá en
todo el cuestionamiento de qué memoria, y por qué, y qué es lo que yo
quería decir sobre “nosotros”. En un país lejano como Francia me
preguntaba qué quería contar.
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