Han transcurrido 43 años desde la muerte del presidente Salvador Allende
en La Moneda bombardeada y en llamas. Tiempo más que suficiente para
apreciar en toda su magnitud la tragedia que desató en Chile la traición
de las fuerzas armadas en cumplimiento de su tradicional papel de
escuderos de la oligarquía. El recuerdo de ese hecho histórico se hace
especialmente necesario en la crisis que hoy vive el país y cuyo
principal ingrediente es precisamente el factor ético. Inspirarse en la
lección de Allende de lealtad a los principios en esa hora suprema,
ayudará a la futura Izquierda chilena a recomponer el ideario que
permite las grandes hazañas de los pueblos. La lección de Allende
-rubricada por el heroísmo de enfrentar el golpe militar con un puñado
de valerosos combatientes- ha sido relegada al olvido por muchos que se
proclamaban sus “seguidores” y “herederos”. La Izquierda
institucionalizada desempolva cada tanto el recuerdo de Allende para
cumplir un rito que se hace cada vez más formal. Se sacraliza su nombre,
convertido en ícono inofensivo despojado detodo filo revolucionario. En
la conducta de esa falsa Izquierda no se rescatan los valores éticos y
políticos por los que combatió Allende. El ejemplo másbochornoso lo
constituye su propio partido, que hace tiempo abandonó la ideología y
los principios originales del PS para hacer suyas las banderas del
neoliberalismo.
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