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terça-feira, 15 de setembro de 2015

Así es la vida normal en Damasco

Un ambiente de fatalismo y miedo se ha enseñoreado de Damasco, donde sus habitantes admiten que sus corazones se han endurecido ante la violencia. Por eso, ir de fiesta es una forma de que algunos olviden la realidad diaria. Además de todo lo demás, la pasada semana Damasco sufrió su peor tormenta de arena en décadas. Envolvió la ciudad de una niebla amarillenta que ocultaba el pálido sol y la cima del monte Qasiun, desde donde la artillería del gobierno golpea las zonas rebeldes al otro lado de la ciudad. Sin embargo, tan pronto como cesa, el Z-Bar, el estridente y famoso club nocturno situado en la terraza del Hotel Omeya, empieza a hacer reservas para una fiesta en la que celebrar la mejoría del tiempo. Menos excepcionales eran los enormes atascos de tráfico en los puntos de control que vigilan el acceso a las oficinas del gobierno, los grandes hoteles y el principal centro comercial: se había emitido una alerta sobre un coche-bomba o un ataque-suicida y todos los vehículos eran registrados por soldados o desaliñados milicianos en pantalones de camuflaje y camisetas. Y, con total normalidad, los morteros lanzados por aquellos a quienes el gobierno y los medios de comunicación llaman sencillamente “terroristas” continuaban cayendo y matando de forma azarosa a la gente normal y corriente. A principios de año, la capital siria sufrió una nevada muy dura, que se sumó a la miseria de un conflicto que lleva desgarrando el país desde 2011. “Tenemos guerra, y hemos tenido nieve y polvo, así pues, todo lo que nos hace falta ahora es un volcán”, bromeaba Nizar, un maestro de escuela. En Gran Bretaña y otros países europeos, hay un repentino interés por la crisis provocado por los refugiados que cada vez huyen en mayores cantidades. Pero en Damasco, hablar de una solución parece algo remoto, escasamente relevante en la lucha diaria por sobrevivir. La vida continúa, ciertamente, pero la muerte nunca está lejos. “Todo va a peor, a nivel político, económico y desde luego en términos humanitarios”, decía Samir, comerciante perteneciente a una de las antiguas familias sunníes dela ciudad y crítico feroz, aunque discreto, del presidente Bashar al-Asad . “No veo forma de que esto pueda acabar pronto”.

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