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segunda-feira, 28 de setembro de 2015

Hipocresía política y social ante el laicismo

La sociedad española lleva años inmersa en un proceso de secularización como muestra el sinfín de análisis sociológicos que marcan la tendencia en este sentido. Aumenta el número de españoles que no se consideran religiosos, el de católicos que no se consideran practicantes, desciende de forma espectacular el número de matrimonios religiosos superados por las bodas civiles desde el año 2010. De igual manera es cada vez mayor el número de ciudadanos que rechaza el intervencionismo de la Iglesia Católica (IC) en el debate político y que están en contra de los innumerables privilegios de que goza la IC. Esta tendencia presenta la revelante y lógica característica de ser más acusada entre las personas jóvenes, para su mayor preocupación.
Sin embargo, esta realidad sociológica no se refleja en la acción política sometida a los acuerdos, de dudosa constitucionalidad, entre el Estado Español y la Santa Sede (Concordato) que recogen una serie de privilegios de tipo económico (financiación de la IC por parte del Estado, exenciones fiscales,…) e ideológico (educación, presencia en actos civiles,…).
El Partido Popular (PP) no solo ignora esta realidad sino que se atreve a incrementar la presencia de la IC en la sociedad española, tal como se ha evidenciado al incorporar la asignatura de religión en el currículo académico y dar por bueno los contenidos desarrollados por la Conferencia Episcopal Española (CEE), entre los que se encuentran materias que contradicen gran parte de los conocimientos adquiridos por la humanidad gracias al avance de las ciencias a lo largo de las últimas centurias. La capacidad de presión de la CEE y la identificación ideológica del PP con aquella permite la presencia de miembros numerarios o relacionados con el Opus Dei (institución integrista de la IC) en los distintos gobiernos de dicho partido, tal como ocurría en los tiempos de la dictadura franquista.
Los últimos gobiernos socialistas, que se atrevieron a mover algunos de los cimientos del catolicismo con el reconocimiento del derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo y a la, aunque con limitaciones, interrupción voluntaria del embarazo, no se atrevieron siquiera a cuestionar el Concordato a pesar de que éste en el Articulo II,5 recoge el “propósito de la IC de lograr por sí misma los recursos suficientes para la atención de sus necesidades”, ni a derogar el derecho otorgado a los obispos para registrar bienes a su nombre al mismo nivel que el Estado.

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