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sábado, 26 de setembro de 2015

El Papa del pueblo en la tierra del dólar

Jorge Mario Bergoglio, el argentino de 78 años de edad mejor conocido en el mundo entero como el papa Francisco, realizó su primera visita a Estados Unidos esta semana, llevando consigo su singular mirada papal progresista. Casi la cuarta parte de la población estadounidense se identifica como católica, pero como líder religioso mundial, la influencia del Papa se extiende mucho más allá de la comunidad católica. El Papa ha criticado de manera muy directa buena parte de la base de la sociedad estadounidense: el capitalismo, el consumismo, la guerra y el fracaso a la hora de abordar el cambio climático. Pero si bien el papa Francisco es una figura muy querida, su visita también genera polémica, dado que mantiene el antiguo dogma católico en lo que refiere a las mujeres en el sacerdocio, los anticonceptivos y el aborto. Ha provocado además la indignación de muchas personas de ascendencia indígena al reabrir heridas ocasionadas durante la violenta colonización española de California hace más de dos siglos.

Tras convertirse en papa, muchos se vieron sorprendidos por la decisión de Francisco de no usar los atavíos típicos de la máxima posición de la Iglesia Católica. El nuevo papa prefirió vivir en las instalaciones para huéspedes del Vaticano en lugar de hacerlo en los Apartamentos Papales del ornamental Palacio Apostólico. Viste un simple hábito blanco, en lugar de las sotanas cubiertas de oro que vestían sus predecesores. Viaja en autobús cuando se desplaza dentro de Roma. Parece ser que este papa, el primero venido del sur y el primer papa no europeo desde que un sirio ocupó el cargo en el año 741, predica con el ejemplo.

El papa Francisco marcó un hito en la historia del clero el pasado mes de mayo al dar a conocer una encíclica papal sobre el medio ambiente y el cambio climático a la que llamó, en latín, Laudato Si, que en español significa: “Alabado seas”. Tomó esas palabras del santo por el que eligió su nombre, San Francisco de Asís, y comenzó la encíclica de la siguiente manera: “San Francisco de Asís […] nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, [...] Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”.

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