Qué imagen elegir para mostrar el tremendo drama que se está viviendo
ahora mismo en Europa? ¿La del niño sirio muerto en una playa turca? ¿La
de una madre, también siria, aferrada a su bebé y a las vías de un tren
en Budapest, negándose a ir a un campo al que la conducen policías
húngaros? ¿O aquella de junio, tomada en una playa de la frontera entre
Francia e Italia, que muestra a unos refugiados cubiertos de pies a
cabeza con unas coberturas metálicas para escapar a la lluvia,
deambulando informes sobre unas rocas? ¿O esa otra de los cuerpos
flotando en círculo en pleno Mediterráneo? ¿Lo crudo o lo sugerido? ¿La
foto del nene muerto es más fuerte que la de las ropas expuestas en la
arena que llevaban las otras 11 personas que se ahogaron junto a él? Las
redacciones de todo el mundo están discutiendo ahora mismo sobre
deontología periodística, como cada vez que se plantea una catástrofe de
este tipo. ¿Una imagen vale más que mil palabras? Sí, decía Nick Ut, el
fotógrafo de la Associated Press que captó a aquella icónica niña
vietnamita corriendo desnuda quemada por el napalm yanqui. La guerra de
Vietnam cambió por esa imagen, pensaba Ut. ¿Cambiará el destino de los
refugiados sirios, eritreos, kosovares, paquistaníes, luego de la
difusión de la foto de Aylan Kurdi, niño sirio de 3 años ahogado en la
playa de Bodrum, en Turquía? Nada es menos seguro, pero la reacción de
Manuel Valls, el robótico primer ministro francés al que no se le ha
movido un pelo a la hora de expulsar gitanos a rolete, levanta una pizca
de esperanza de que el choque de las imágenes produzca algún efecto.
“Tenía un nombre, Aylan Kurdi. Urgencia de reaccionar. Urgencia de una
movilización europea”, escribió Valls en 120 caracteres*
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