
 «Una imagen que ha dado la vuelta al mundo y despierta las conciencias», explica Bernard Henry Levy, sobre la foto del cadáver del 
niño sirio varado en una playa turca. El “popular diario” Bild 
animando una campaña de acogida de refugiados con ayuda de igualmente 
populares futbolistas. La Canciller Merkel apelando a la humanidad y a 
los valores, y reafirmando su “gran liderazgo europeo” en esta cuestión,
 nos explican editorialistas de renombre. Tres momentos que confirman 
que en Europa ya no hay ni lugar para la vergüenza. Es la hora de la 
gran tomadura de pelo.
 
La estrella mediática parisina, agitador 
de todas las intervenciones militares del humanitarismo euroatlántico, 
no relaciona sus prédicas belicistas con el niño muerto huido de Siria. 
Tampoco lo hizo con las oleadas balcánicas, afganas, libias o iraquíes. 
Los Estados cuya destrucción y disolución ayudó a justificar en nombre 
del interés supremo de la geopolítica y economía occidentales, producen 
éxodos -y terrorismos- claramente identificables. Cuanta más guerra y 
desolación se siembra en la regiones en crisis, mayor será el flujo 
hacia Europa. Es una consideración bien banal pero, ¿quién nos la va a 
recordar estos días? ¿El “popular diario”, quizás? 
 
Bild
 es el primer diario xenófobo del continente y el de mayor tirada. Su 
campaña es genuina: la gran operación de imagen del país del “Nein” y del “Grexit”,
 cuyo nacionalismo post reunificación -inscrito en los tratados 
europeos, en las reglas del Banco Central Europeo y hasta en la misma 
moneda única- ha mandado al traste medio siglo de integración europea y 
de redención por el desastre nazi. El establishment alemán necesitaba, ciertamente, una campaña de imagen y la crisis de los refugiados se la ha dado.
 
Alemania
 recibirá este año 800.000 refugiados, según las infladas cifras del 
gobierno federal, de momento poco más de 200.000 solicitaron asilo en 
los primeros siete meses del año. Alemania es el “primer receptor 
europeo” de refugiados, el ejemplo para una Francia acomplejada bajo la 
sombra de su Frente Nacional. “La hipocresía francesa y el ejemplo 
alemán”, titula el portal Mediapart. 
 
 ¿Quién recordará 
que en territorio alemán se han cometido algunos de los mayores crímenes
 xenófobos de la posguerra europea-occidental, incluida la mayor trama 
terrorista de los últimos veinte años (NSU) con manifiestas 
complicidades en el aparato de seguridad, que es allí donde las 
residencias para emigrantes arden con mayor frecuencia y donde los 
pasillos del metro son más peligrosos para los morenos? Un “ejemplo” que
 pasa por encima del hecho de que la inmensa mayoría de los “emigrantes”
 en Alemania son europeos de tradición cristiana. Un paseo comparativo 
por las calles de Berlín y París ofrece una evidencia visual abrumadora a
 este respecto. Una ciudad con los colores étnicos de Marsella es 
completamente impensable en Alemania, donde el número de matrimonios 
mixtos entre alemanes y turcos (la excepción) es insignificante. La 
frase atribuida a un ayudante de Nicolas Sarkozy de que en la crisis 
actual, “los alemanes administran un flujo, mientras que nosotros 
tenemos que administrar un stock, por lo mucho que hemos acogido en las 
últimas décadas”, responde a una realidad que los propios franceses 
ignoran, por más que el racismo y la xenofobia sean problemas 
verdaderamente paneuropeos. 
 
Ciertamente, todo esto no nos lo 
recordará la Federación de la Industria Alemana (BDI), con sus 
fantasmagóricas quejas por la falta de mano de obra. Estos sirios 
educados y de clase media que gritan “¡Germany, Germany!” en la 
estación de Budapest y que huyen de una guerra que Europa, y Francia en 
particular, han fomentado, son la solución: el recurso ideal de una 
estrategia para mantener la política de salarios bajos que arruinó a los
 pocos socios europeos aún capaces de producir como Francia. Varios 
millones de ellos ayudarán a mantener las cotizaciones del geriátrico 
federal cuyos fondos de pensiones se fundieron en el casino bancario, de
 la misma forma en que ocurrió en España con los cinco millones de 
extranjeros que entraron en nuestro “mercado laboral” entre 1998 y 2008 
para alimentar la caldera de la burbuja. 
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