Explicaba Heródoto, el primero de los grandes historiadores de la
antigüedad,refiriéndose a la batalla de Salamina[1]que en la Segunda
Guerra Médica enfrentó al imperio persa al mando de Jerjes con las polis
griegas, que ante el avance imparable de los ejércitos persas y el
peligro que significaba la invasión del Ática, Temístocles propuso que
toda la población abandonara su ciudad y se desplazara hasta la isla de
Salamina, diciendo estar dispuesto a fundar Atenas en otro sitio. Los
atenienses habían sido abandonados por sus aliados que se habían
retirado hasta la península del Peloponeso con el pretexto de preparar
así mejor su defensa. El peligro de la invasión persa y la constatación
de que se encontraban solos frente a un enemigo muy superior en número
provocaron que la indignación y el desánimo se apoderaran de la mayor
parte de la población de la polis. Temístocles llegó a convencer al demos
ateniense, pero tuvo que enfrentarse a Euríbiades, el general espartano
que mandaba la flota de la coalición griega, que pretendía levar anclas
y poner rumbo al Istmo. En la discusión que mantienen ambos,
Temístocles le dice: «Entérate, miserable, nosotros hemos abandonado
nuestras casas y murallas, porque creemos que no vale la pena ser
esclavos por unos enseres sin vida; pero lo que es la ciudad, tenemos la
más importante de las griegas, los doscientos trirremes que ahora están
con vosotros, para ayudaros si queréis salvaros con ellos; y si os
marcháis y nos hacéis traición, todos los griegos sabrán inmediatamente
que los atenienses han ganado una ciudad libre no inferior a la que
perdieron.»[2]
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