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segunda-feira, 24 de abril de 2017

¿Qué significa en realidad una política exterior “Estados Unidos primero”?

Salteemos lo obvio. Dejemos a un lado, por ejemplo, que la decisión de Donald Trump de lanzar 59 misiles de crucero Tomahauwk contra una base aérea siria solo es otra demostración de lo que ya sabíamos: que las acciones bélicas son ahora la prerrogativa –y solo la prerrogativa– del presidente (o de los comandantes militares a quienes Trump ha dado más autoridad para actuar por su cuenta). ¿Verificaciones, contrapesos? En estos días, las únicas verificaciones escritas son las del Pentágono y “contrapeso” es un concepto que solo aplica a la gimnasia. 
Mientras tanto, Donald Trump ha aprendido que cada derrota importante en el frente interno, cada intriga palaciega que haría ruborizar a un zar, puede resolverse... bueno, dejando caer 59 misiles de crucero –o su equivalente– en algún sitio remoto para salvar a los “hermosos niños” (olvidémonos de los niños que “sus” generales han estado matando). Dispara los misiles, envía los agresores, despacha los aviones, y conseguirás que todo aquel a quien destrozaste con tus tweets –incluyendo a Hillary, John, Nancy, Marco y Chuck te aplauda y elogie lo que tú haces–. A ellos se unirá la derecha oficial (aunque no la extraoficial), mientras los neocons y sus colegas te saludarán como el Churchill del siglo XXI. O al menos, todo esto será verdad hasta que deje de serlo (conversa sobre esto con George W. Bush y con Barack Obama); hasta el día después; hasta, ya sabes, el momento que hemos vivido tantas veces en los últimos 15 años de guerras estadounidenses, el momento en que de repente se hace patente (una vez más) que las cosas están yendo realmente mal.

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