A mediados de enero de
1893, los intereses agrícolas, comerciales y financieros dominantes en
la economía de Hawái, todos racistas y de origen anglosajón, organizaron
un golpe de Estado con el propósito de derrotar el proyecto
antianexionista y monárquico que defendían tres sectores: la monarquía
hawaiana, los nacionalistas liberales (autonomistas) y Claus Spreckler,
el poderoso financiero dueño de la California Sugar Refining Company.
Esta última poseía entonces las facilidades de refinación más modernas
del mundo, lo que le permitió monopolizar, a fines del siglo XIX, el
proceso de refinación azúcar en toda la costa oeste de Estados Unidos.
Recientemente, la California Sugar Refining Company había adquirido
grandes extensiones de terreno para la siembra de caña en el
archipiélago hawaiano.
Dado el apoyo de masas que tenía el
proyecto antianexionista en 1893, y dada la composición étnica de Hawái
en esa fecha (en que solo 22% de la población total era de origen
caucásico, y de ésta última, únicamente 10% era norteamericana), los
intereses agrícolas, comerciales y financieros dominantes no podían
derrocar a la monarquía, sino combinando sus fuerzas paramilitares con
una acción de parte del ejército o la marina de Estados Unidos. El 15 de
enero de 1893, un día después de que los líderes del planeado golpe de
estado se organizaron en un Comité de Seguridad Pública, el ministro
estadounidense en Hawái ordenó el despliegue de las tropas de la marina
de guerra de su país, que se encontraban estacionadas en las islas.
Estas se encargaron rápidamente de inmovilizar a la policía monárquica y
a los simpatizantes de la monarquía, que clamaban por una acción armada
en contra de la Liga Anexionista. Al día siguiente, el Comité de
Seguridad proclamó la disolución de la monarquía hawaiana, se constituyó
él mismo en un gobierno provisional, declaró un protectorado
estadounidense sobre las islas, implantó un régimen de terror sobre la
inmensa mayoría de la población, y envió una comisión anexionista para
solicitar del Presidente y del Congreso de Estados Unidos la anexión
inmediata del archipiélago. Sin lugar a dudas, los intereses agrícolas y
comerciales dominantes en Hawái no tenían la más mínima idea de que sus
acciones provocarían que surgiera a flote el debate que venía
desarrollándose calladamente en las esferas de poder estadounidenses,
acerca de cuál habría de ser la política exterior del país y quién o
quiénes estaban llamados a determinarla. Esta disputa, que se abrió de
manera algo tímida con la «Revolución Hawaiana» de 1893, adquirió su
clímax, poco después, durante la Guerra Hispanoamericana y la posterior
inclusión de Puerto Rico en las barreras arancelarias de Estados Unidos.
Veamos.
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