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segunda-feira, 9 de maio de 2016

Bombardeando la tierra del leopardo de las nieves

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¡Alerta informativa! A pesar de todo lo que puedan haber oído, la guerra en Afganistán sigue aun en su apogeo. Allí continúan casi 10.000 soldados estadounidenses y, desde 2014, la administración Obama ha lanzado 2.000 ataques aéreos sobre el país contra todo lo que les ha venido en gana. Sin lugar a dudas, la creciente cifra de víctimas afganas y el bombardeo de hospitales e infraestructuras civiles deberían enfurecer a los pocos activistas contra la guerra que quedan fuera de ese país; pero el coste que la guerra de Afganistán está teniendo sobre el medio ambiente debería también obligar a los amantes de la naturaleza a salir a protestar a las calles.
El hábitat natural afgano lleva soportando décadas de combates; la Guerra contra el Terror sólo ha servido para reforzar la destrucción. Las tierras más afectadas por la guerra son hogar de criaturas que los occidentales sólo tienen oportunidad de observar enjauladas en los zoos de nuestras ciudades: gacelas, guepardos, hienas, tigres del Caspio y leopardos de la nieve, entre otros. La Agencia Nacional de Protección Medioambiental de Afganistán, creada en 2005 para abordar las cuestiones ambientales, ha hecho una lista de 33 especies en vías de extinción.
En 2003, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés) publicó una evaluación de la situación ambiental de Afganistán. Bajo el título de “Evaluación Medioambiental Posconflicto”, el informe del UNEP afirmaba que la guerra y la persistente sequía “han causado una grave y extendida degradación de la tierra y de los recursos”, que incluye la disminución de los niveles freáticos, desecación de humedales, desforestación y pérdida generalizada de la capa vegetal, erosión y pérdida de poblaciones de animales salvajes”.
Los vertederos de la munición, las bombas de racimo, los bombarderos B-52 y las minas terrestres, que el presidente Obama se niega a prohibir, actúan como la mayor de las amenazas para el accidentado paisaje natural del país y la biodiversidad que contiene.
El creciente número de afganos que están siendo desplazados a causa del conflicto militar, advertía el informe del UNEP, ha agravado todos estos problemas. Fue una valoración preocupante. Sin embargo, se trata de un análisis que no debería sorprendernos mucho: la guerra no sólo mata a seres humanos sino la vida en general.
Cuando las bombas caen, los civiles no son los únicos que corren peligro; puede que en los años o décadas siguientes no lleguen a conocerse bien los duraderos impactos medioambientales de la guerra. Por ejemplo, los pájaros mueren y se altera su curso migratorio. Decenas de miles de aves abandonan Siberia y Asia Central hacia sus hogares de invierno en el sur. Muchas de estas aladas criaturas han volado tradicionalmente a través de Afganistán hacia los humedales del sureste de Kazajstán, pero sus cifras se han reducido de forma drástica en los últimos años.
Las grullas siberianas en peligro de extinción y dos especies protegidas de pelícanos son los que más peligro corren, según los ornitólogos pakistaníes que estudian la zona. No se conoce aún el verdadero impacto de la guerra sobre estas especies, pero la continuada campaña de bombardeos del presidente Obama no presagia nada bueno.
Ya en 2001, el Dr. Oumed Hanid, que observa la migración de las aves en Pakistán declaró en la British Broadcasting Corporation (BBC) que el país había sido siempre testigo del paso de miles de patos y otras aves silvestres en su migración atravesando Afganistán hacia Pakistán. Sin embargo, una vez que EE.UU. inició sus ataques aéreos, apenas podían verse ya aves.

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