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¡Alerta informativa! A pesar de todo lo que puedan haber
oído, la guerra en Afganistán sigue aun en su apogeo. Allí continúan
casi 10.000 soldados estadounidenses y, desde 2014, la administración
Obama ha lanzado 2.000 ataques aéreos sobre el país contra todo lo que
les ha venido en gana. Sin lugar a dudas, la creciente cifra de víctimas
afganas y el bombardeo de hospitales e infraestructuras civiles
deberían enfurecer a los pocos activistas contra la guerra que quedan
fuera de ese país; pero el coste que la guerra de Afganistán está
teniendo sobre el medio ambiente debería también obligar a los amantes
de la naturaleza a salir a protestar a las calles.
El hábitat
natural afgano lleva soportando décadas de combates; la Guerra contra el
Terror sólo ha servido para reforzar la destrucción. Las tierras más
afectadas por la guerra son hogar de criaturas que los occidentales sólo
tienen oportunidad de observar enjauladas en los zoos de nuestras
ciudades: gacelas, guepardos, hienas, tigres del Caspio y leopardos de
la nieve, entre otros. La Agencia Nacional de Protección Medioambiental
de Afganistán, creada en 2005 para abordar las cuestiones ambientales,
ha hecho una lista de 33 especies en vías de extinción.
En 2003,
el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por
sus siglas en inglés) publicó una evaluación de la situación ambiental
de Afganistán. Bajo el título de “Evaluación Medioambiental
Posconflicto”, el informe del UNEP afirmaba que la guerra y la
persistente sequía “han causado una grave y extendida degradación de la
tierra y de los recursos”, que incluye la disminución de los niveles
freáticos, desecación de humedales, desforestación y pérdida
generalizada de la capa vegetal, erosión y pérdida de poblaciones de
animales salvajes”.
Los vertederos de la munición, las bombas de
racimo, los bombarderos B-52 y las minas terrestres, que el presidente
Obama se niega a prohibir, actúan como la mayor de las amenazas para el
accidentado paisaje natural del país y la biodiversidad que contiene.
El creciente número de afganos que están siendo desplazados a causa del
conflicto militar, advertía el informe del UNEP, ha agravado todos
estos problemas. Fue una valoración preocupante. Sin embargo, se trata
de un análisis que no debería sorprendernos mucho: la guerra no sólo
mata a seres humanos sino la vida en general.
Cuando las bombas
caen, los civiles no son los únicos que corren peligro; puede que en los
años o décadas siguientes no lleguen a conocerse bien los duraderos
impactos medioambientales de la guerra. Por ejemplo, los pájaros mueren y
se altera su curso migratorio. Decenas de miles de aves abandonan
Siberia y Asia Central hacia sus hogares de invierno en el sur. Muchas
de estas aladas criaturas han volado tradicionalmente a través de
Afganistán hacia los humedales del sureste de Kazajstán, pero sus cifras
se han reducido de forma drástica en los últimos años.
Las
grullas siberianas en peligro de extinción y dos especies protegidas de
pelícanos son los que más peligro corren, según los ornitólogos
pakistaníes que estudian la zona. No se conoce aún el verdadero impacto
de la guerra sobre estas especies, pero la continuada campaña de
bombardeos del presidente Obama no presagia nada bueno.
Ya en 2001, el Dr. Oumed Hanid, que observa la migración de las aves en Pakistán declaró en la British Broadcasting Corporation (BBC)
que el país había sido siempre testigo del paso de miles de patos y
otras aves silvestres en su migración atravesando Afganistán hacia
Pakistán. Sin embargo, una vez que EE.UU. inició sus ataques aéreos,
apenas podían verse ya aves.
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