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quinta-feira, 5 de maio de 2016

Capitalismo degenerativo

A finales de los años 70 del siglo XX se hizo evidente que la maquinaria de producción capitalista se había estancado de nuevo. La enfermedad crónica del capitalismo se había vuelto a manifestar: la sobre-acumulación de capital. Demasiada concentración tecnológica por unidad de producción, a costa del trabajo humano.
Como quiera que sólo de este último se extrae plusvalía, la consecuencia es una decadencia de la misma y por tanto de la ganancia final que los capitalistas reciben cuando venden las mercancías producidas, diseñadas o servidas por la fuerza de trabajo. Es decir, una generalizada pérdida de rentabilidad de las inversiones capitalistas. Y si hay pérdida de rentabilidad desciende la inversión en la esfera productiva, con lo cual baja también la productividad.
Frente a ello el Capital (en mayúsculas, como capitalista colectivo) emprende un conjunto de dinámicas orientadas a paliar el descenso de la rentabilidad: incremento de la explotación de la fuerza de trabajo; aceleración de los desplazamientos de capital hacia las periferias del Sistema, allí donde había (y hay todavía) más expectativas de rentabilidad, dado que no se ha dado el proceso de sobreacumulación (desplazamientos más posibles porque coinciden con la segunda globalización de la economía capitalista); hay un desplazamiento también técnico-organizativo, hacia nuevas ramas de inversión (sobre todo la “economía inmaterial” o “nueva economía”); y asimismo se da un desplazamiento hacia los circuitos que hasta ese momento eran secundarios en la acumulación de capital (el suelo, la vivienda, las hipotecas), con la consiguiente gestión del territorio de cara a su valorización especulativa (haciendo del conjunto del hábitat una mercancía, lo que lleva emparejada su depredación).
Se emprende, concomitantemente, un paquete de políticas tendentes a deteriorar la condición salarial: desinversión selectiva y reorientación hacia un tipo de producción flexible, ligera; reducción de la masa salarial a partir de la desvinculación de los salarios respecto de la productividad y el subsecuente declinar de los salarios reales; inhibición de la inversión pública que conlleva el deterioro de lo público y de la “seguridad social”. Conduciendo todo ello a la entrada en una era de inseguridad colectiva.

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