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quinta-feira, 12 de maio de 2016

“El capitalismo multiplica las crisis y termina con la vida”

Reconocían Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista” que en apenas un siglo de hegemonía, la burguesía había creado “fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas”. Pero ya en los albores del capitalismo, esta expansión albergaba en su entraña crisis y contradicciones. El modo de desarrollo económico y tecnológico resulta indisociable, también hoy, de las 40.000 personas que mueren diariamente de hambre, los 2.700 millones de habitantes que carecen de agua en condiciones mínimas de saneamiento o los mil millones de personas sin una vivienda digna, según los datos de Naciones Unidas. Las crisis son inherentes al sistema económico vigente, como establece el título del último libro del economista Juan Torres López, “El capitalismo en crisis. Del crac de 1929 a la actualidad”, publicado en noviembre de 2015 por Anaya, y presentado en la Universitat de València.
Pero resulta un error pensar que una hipotética revolución terminaría con estas crisis, pues son inherentes a la naturaleza y a cualquier desarrollo de la vida. “La Biblia ya hablaba de siete años de vacas gordas y otros siete de vacas flacas”, cita el catedrático de la Universidad de Sevilla. Razón distinta es que las crisis, que el capitalismo exacerbó durante los siglos XIX y XX, tengan que ser inevitablemente dramáticas y dañar a las poblaciones. En un sentido etimológico, la acepción griega remite al momento en que los médicos o los jueces contaban con el mejor punto de observación para adoptar medidas y así modificar un rumbo equivocado. En épocas más recientes, un economista e historiador suizo relativamente poco conocido, Sismondi (1773-1842), ya descubrió lo que hoy se llama crisis de demanda o de subconsumo, idea que subraya los desajustes del mercado y que después prolongarán tanto Marx como Keynes. Ni los oferentes cuentan con mecanismos para la previsión de la demanda ni los demandantes para calcular la oferta. Restalla entonces el “latigazo” de la crisis.
Juan Torres se niega a considerar la coyuntura de crisis como una “burbuja”, aislada de las relaciones sociales, políticas, culturales o ambientales. No puede entenderse el crac de 1929 al margen de la ideología y los valores. La gente se compraba terrenos en Florida, en lugares donde sólo había caimanes. El economista John K. Galbraith ya dio cuenta de la vorágine y enloquecida fiebre especuladora en libros como “Breve historia de la euforia financiera”, “El crack del 29” o “La cultura de la satisfacción”. También pueden encontrarse referencias en las memorias de Groucho Marx, cuando ironiza sobre “un asuntillo llamado mercado de valores, un negocio mucho más atractivo que el teatral”. En ese contexto, “el mercado seguía subiendo y subiendo; lo más sorprendente es que nadie vendía una sola acción y la gente compraba sin cesar”. Pero un buen día “Wall Street tiró la toalla y se derrumbó”. “Eso de la toalla es una frase adecuada porque para entonces todo el país estaba llorando”.

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