¿Qué es el europeísmo? Obviamente ya no es lo que los eurócratas venían diciendo.
Para el sentido común de la gente normal “Europa” ya es sinónimo de
deterioro de las condiciones de vida (recortes del estado social y
precariedad) y de la impotencia que se deriva de la ausencia de
soberanía nacional. Si quieres cambiar las cosas, es inútil actuar en tu
país porque las decisiones vienen de “Europa”, una instancia inapelable
y situada más allá de todo voto y soberanía.
La primacía del
derecho europeo sobre el derecho nacional es una curiosa prisión. “No
puede haber opción democrática contra los tratados europeos”, dijo el
año pasado Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión. Es una
construcción legal, pero no legítima porque fue establecida por el
propio derecho europeo. Es un golpe de mano autocrático que ha sido
tejido a lo largo de décadas entre la general indiferencia del público y
que se impone sobre edificios nacionales que, con todas sus
imperfecciones son resultado de ese juego institucional que llamamos
“democrático”, es decir basado en la división de poderes, la elección,
etc.
Hoy toda la construcción europea es una casa de locos. El
europeismo se ha vuelto loco. Nadie, ni en la izquierda ni en la
derecha, sabe cómo salir del enredo del euro, cómo salir de la
austeridad que conduce, en el mejor de los casos, a un estancamiento
deflacionario a la japonesa, así que se sigue con lo mismo. ¿Cómo salir
de la gran irracionalidad de este manicomio? Claro que hay una lógica en
esta irracionalidad: maximizar el beneficio, supeditar lo político a lo
financiero y demás, pero es obvio que no es sostenible. Es una lógica
loca.
La analogía con los años setenta en la URSS, cuando se
sentaron las bases de la autodesintegración del superestado de matriz
rusa, es directa. Por más que la eurocracia no sueñe en secreto con
ningún socialismo, como era el caso de aquella podrida
estadocracia soviética que soñaba con privatizar sus dominios y hacerse
con patrimonios heredables, la cuestión de la sostenibilidad de todo el
asunto es manifiesta. ¿Cómo se ha podido llegar a eso? Treinta años nos
contemplan. Salvo contadas excepciones, dos generaciones de periodistas y
expertos en Bruselas han sido incapaces de explicarlo.
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