En el momento que escribo solo faltan horas para que el golpe de Estado
parlamentario-judicial-mediático en Brasil se haya consumado al estilo
hondureño o paraguayo. No importa que la mayoría de los intelectuales,
artistas y movimientos sociales se hayan manifestado en contra durante
semanas, que ninguna personalidad prestigiosa en Brasil, o en el mundo,
lo haya apoyado.
La mayoría del Senado de Brasil aprobaría esta madrugada, pese a carecer de fundamento jurídico, el juicio político, o impeachment,
contra la presidenta Dilma Rousseff. Ella, conviene insistir, no ha
cometido “delito de responsabilidad”, requisito fijado por la
Constitución para abrir el juicio político. El procedimiento es tan
obvia y escandalosamente grotesco que hasta la fétida OEA y su pendular
Comisión Interamericana de Derechos Humanos han puesto reparos. No,
claro, con el desvelo y afán de su secretario general por servir al
imperialismo contra Venezuela.
Suponiendo que la presidenta
hubiese incurrido en la falta que se le imputa, no pasaría de ser una
pequeña infracción administrativa que no amerita una medida de la
magnitud de la tomada, según opinan abogados eminentes de Brasil.
Protagonistas de esta conjura atroz y decadente: una Cámara de Diputados
y un Senado, cuya mayoría está formada por vividores e ignorantes,
representantes no de los intereses de sus electores sino de los grandes
negocios. Sean los del agribussines, los que abogan por la
industria de armamentos y las empresas de seguridad privada, o la
pintoresca y oscurantista cofradía de pastores y activistas
pentecostales.
Casi todos ligados a grandes transnacionales como
Monsanto y Syngenta o a gigantescos emporios financieros como el de
George Soros, Goldman Sachs y otros de la misma calaña, gestores -con la
complicidad o el auspicio de Washington- de golpes de Estado, guerras
civiles y demolición de países.
Hay que añadir una hornada de
jueces venales y un Tribunal Supremo Federal que sirven, salvo
excepciones, a quien mejor les pague. Otra fuerza decisiva, esta sí
verdadero estado mayor del golpe, es la integrada a escala nacional por
la red multimedios Globo, la revista Veja y los diarios O Estado de Sao Paulo y Folha de Sao Paulo.
A escala internacional, gran parte de la mafia mediática ha participado
en el linchamiento de Dilma, Lula y los gobiernos del PT pero se llevan
las palmas los británicos Financial Times y The Economist, y el estadounidense The Wall Street Journal . Sus nombres lo dicen todo.
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