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terça-feira, 31 de maio de 2016

Muerto el Mullah, viva el Mullah

Tras la muerte del Mullah Akhtar Mansour, líder de los talibanes afganos, que fue sorprendido en una ruta de la localidad de Dhal Bandin, cerca de la ciudad de Queta, Pakistán, por una operación de drones norteamericanos en la permeable frontera afgano-pakistaní, el sábado 21 de mayo, se abren un incierto número de expectativas. Inicialmente cabe preguntar, fuera de la obviedad, a quién conviene la muerte del segundo Amir-ul Momineen (Príncipe de los Creyentes) desde que el Mullah Omar fundara la organización en 1994.
Mansour desaparece nueve meses después que el Talibán reconociera la muerte de Omar, que en realidad había sucedido en 2013 por “causas naturales” en un hospital pakistaní. En el tiempo trascurrido desde la muerte de Omar, hasta el anunció de que Akhtar Mansour, había sido ungido como el nuevo líder, se sucedieron enfrentamientos internos que no se privaron de generar docenas de muertos.
Grupos antagónicos intentaron hacerse con el mando, en un momento clave de la realidad afgana. Se estaban iniciando conversaciones de Paz, llamada por el actual presidente afgano Ashraf Ghani, quién había invitado a participar al Talibán, a lo que inmediatamente Mansour rehusó y redobló la apuesta llamando a la unidad y prometió que la Yihad continuaría “hasta que se restablezca el régimen islámico”.
Los 15 años de intervención política y militar de los Estados Unidos no lograron ninguno de sus objetivos: la estabilidad del país, con un intento, como poco ridículo, el de establecer un sistema democrático occidental y burgués, en un país del centro de Asia, sumido en un pauperismo absoluto y en estado de guerra desde hace más de cuatro décadas, con una población esencialmente pastoril y sumamente radicalizada al calor de los combates tanto en las guerras tribales, después contra el ejército soviético, la posterior guerra civil y la invasión norteamericana y asociados tras los atentados a las torres en 2001 y que tampoco pudo con su principal objetivo aniquilar la resistencia talibán.
La inteligencia norteamericana desde siempre tuvo a Mansour como uno de los líderes más díscolos de la organización, prueba de ello es que durante su breve gobierno la insurgencia del talibán se incrementó de manera exponencial. Una campaña de atentados en la ciudad de Kabul, la reconquista de innumerables pueblos del interior ocupando importantes franjas de las provincias de Helmand Nangarhar y Kunar o el asalto a la ciudad de Khunduz en septiembre de 2015. Mansour había reconquistado un 30% de los territorios desde la invasión norteamericana de 2001, unos 120 de los 400 distritos del país, produciendo en el 2015 unos 11 mil muertos, que hablan claramente de la voluntad guerrera del Mullah Mansour.

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