Tras la muerte del Mullah Akhtar Mansour, líder de los talibanes
afganos, que fue sorprendido en una ruta de la localidad de Dhal Bandin,
cerca de la ciudad de Queta, Pakistán, por una operación de drones
norteamericanos en la permeable frontera afgano-pakistaní, el sábado 21
de mayo, se abren un incierto número de expectativas. Inicialmente cabe
preguntar, fuera de la obviedad, a quién conviene la muerte del segundo Amir-ul Momineen (Príncipe de los Creyentes) desde que el Mullah Omar fundara la organización en 1994.
Mansour
desaparece nueve meses después que el Talibán reconociera la muerte de
Omar, que en realidad había sucedido en 2013 por “causas naturales” en
un hospital pakistaní. En el tiempo trascurrido desde la muerte de Omar,
hasta el anunció de que Akhtar Mansour, había sido ungido como el nuevo
líder, se sucedieron enfrentamientos internos que no se privaron de
generar docenas de muertos.
Grupos antagónicos intentaron
hacerse con el mando, en un momento clave de la realidad afgana. Se
estaban iniciando conversaciones de Paz, llamada por el actual
presidente afgano Ashraf Ghani, quién había invitado a participar al
Talibán, a lo que inmediatamente Mansour rehusó y redobló la apuesta
llamando a la unidad y prometió que la Yihad continuaría “hasta que se restablezca el régimen islámico”.
Los
15 años de intervención política y militar de los Estados Unidos no
lograron ninguno de sus objetivos: la estabilidad del país, con un
intento, como poco ridículo, el de establecer un sistema democrático
occidental y burgués, en un país del centro de Asia, sumido en un
pauperismo absoluto y en estado de guerra desde hace más de cuatro
décadas, con una población esencialmente pastoril y sumamente
radicalizada al calor de los combates tanto en las guerras tribales,
después contra el ejército soviético, la posterior guerra civil y la
invasión norteamericana y asociados tras los atentados a las torres en
2001 y que tampoco pudo con su principal objetivo aniquilar la
resistencia talibán.
La inteligencia norteamericana desde siempre
tuvo a Mansour como uno de los líderes más díscolos de la organización,
prueba de ello es que durante su breve gobierno la insurgencia del
talibán se incrementó de manera exponencial. Una campaña de atentados en
la ciudad de Kabul, la reconquista de innumerables pueblos del interior
ocupando importantes franjas de las provincias de Helmand Nangarhar y
Kunar o el asalto a la ciudad de Khunduz en septiembre de 2015. Mansour
había reconquistado un 30% de los territorios desde la invasión
norteamericana de 2001, unos 120 de los 400 distritos del país,
produciendo en el 2015 unos 11 mil muertos, que hablan claramente de la
voluntad guerrera del Mullah Mansour.
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