Sólo espíritus ingenuos pueden desconocer que la oposición venezolana
está instrumentando una estrategia a dos puntas para derrocar al
presidente constitucional de ese país. Un sector optó por desatar la
violencia en sus variantes más aberrantes como forma de instalar la
imagen de una “crisis humanitaria” -producto del desabastecimiento
planificado de productos de primera necesidad y la orgía de ataques,
saqueos, “guarimbas”, incendios a personas vivas y atentados con “bombas
molotov” a escuelas y hospitales- que sirva como preludio a una
invasión no menos “humanitaria” del Comando Sur y, aplicando la receta
utilizada en Libia para derrocar y linchar a Gadafi, producir el ansiado
“cambio de régimen” en Venezuela. Hay un sector de la oposición que no
concuerda con esa metodología porque barrunta que el final puede ser una
guerra civil en donde las masas chavistas, quietas por ahora, salgan a
dar batalla y pongan fin al enfrentamiento infligiendo una aplastante
derrota a los golpistas. Pero esta ala de la oposición, llamémosla
institucional o dialoguista (aunque en realidad no sea ni lo uno ni lo
otro) estuvo durante estos meses sometida a la intimidación o lisa y
llana extorsión de la fracción violentista que juzgaba como una
incalificable traición el sólo hecho de sentarse a negociar con el
gobierno una salida no violenta a la crisis.
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