El soldado me mira. Tieso. Gris. Plástico. En plena acción detenida:
momento paradigmático de su praxis bélica, instante preciso, pura
potencia, subyugante. Me mira. E invoca tiempos de ajetreo. Con sus
compañeros, los otros, los verdes, y los tanquecitos, las camionetas,
las banderitas, alemanas, yanquis. Es el único sobreviviente de mi
ejército de juguete. Ayer, erótica lúdica de niño común. Hoy, parte del
cúmulo de objetos rememorantes. Todos jugamos a los soldaditos (o a las
muñecas; todxs jugamos a lo mismo: a enfatizar roles productivos para la
máquina represora/reproductiva del capitalismo) Y el niño sigue vivo.
De hecho es lo mejor de nosotros, lo dice la publicidad. Sacá el niño.
El que tenés adentro. Que como el perro, el gato, el niño, lo aniñado,
es lo mejor de este mundo corrupto.
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