Tragué sapos, pero pude presenciar casi hasta el final el denigrante 
espectáculo de los corruptos, ignorantes y desvergonzados diputados 
brasileños. En nombre de Dios, la familia y, hasta algunos, con loas a 
la dictadura militar, una holgada mayoría aprobó, sin fundamento 
jurídico, el inicio del juicio político a la presidenta Dilma Rouseff. 
Por eso ha tenido tan mala prensa fuera de Brasil y no ha recibido el 
apoyo público de un solo gobierno en el mundo. 
Era el preámbulo del 
golpe de Estado, que marcha a todo trapo en las cúpulas, gestado por una
 coalición del capital financiero y el agronegocio internacionales 
capitaneados desde Washington. Sin subestimar el importante papel de los
 grupos económicos y mediáticos locales, la cadena Globo en particular, 
que junto a los demás medios dominantes tomó hace tiempo la dirección de
 los partidos opositores, dedicados a instigar el odio, la histeria y a 
calumniar un proyecto al que nunca pudieron vencer electoralmente. Esta 
cofradía atrajo al centro del plan golpista a las formaciones “aliadas” 
al Partido de los Trabajadores (PT), incluyendo al vicepresidente Michel
 Temer. 
Es enorme la concentración de intereses que persigue 
destruir políticamente a Dilma y, por carambola, al PT y, sobre todo, a 
Lula da Silva, quien en lugar de ser reelecto en 2018, pues no tiene 
contrincante que se le acerque, podría acabar injusta y arbitrariamente 
en la cárcel. De esta forma, liquidar el Brasil incluyente construido 
por los gobiernos del PT, que sacó de la pobreza y la marginación a 
decenas de millones con planes asistenciales y de educación, salud y 
vivienda popular. Además de apoderarse de sus enormes recursos 
naturales, comenzando por el gigantesco yacimiento petrolífero Tupi.
Si el juicio político -o impeachment-
 contra la presidenta triunfara, permitiría, como ya ocurre en 
Argentina, un brutal y acelerado asalto a los salarios y a los derechos 
sociales de los trabajadores y los más desfavorecidos, con trasferencias
 millonarias de riqueza a una pequeña elite. Y esto no es todo, pues 
llevar hasta las últimas consecuencias un atraco de esa naturaleza a 
poblaciones que fueron muy beneficiadas socialmente en las dos últimas 
décadas exige despojar de sus ripios a la desvencijada democracia 
burguesa y avanzar hacia los que se prefiguran como mal disfrazados 
regímenes de fuerza.
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