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sexta-feira, 29 de abril de 2016

Brasil, la derrota del golpe se decide en la calle

Tragué sapos, pero pude presenciar casi hasta el final el denigrante espectáculo de los corruptos, ignorantes y desvergonzados diputados brasileños. En nombre de Dios, la familia y, hasta algunos, con loas a la dictadura militar, una holgada mayoría aprobó, sin fundamento jurídico, el inicio del juicio político a la presidenta Dilma Rouseff. Por eso ha tenido tan mala prensa fuera de Brasil y no ha recibido el apoyo público de un solo gobierno en el mundo.
Era el preámbulo del golpe de Estado, que marcha a todo trapo en las cúpulas, gestado por una coalición del capital financiero y el agronegocio internacionales capitaneados desde Washington. Sin subestimar el importante papel de los grupos económicos y mediáticos locales, la cadena Globo en particular, que junto a los demás medios dominantes tomó hace tiempo la dirección de los partidos opositores, dedicados a instigar el odio, la histeria y a calumniar un proyecto al que nunca pudieron vencer electoralmente. Esta cofradía atrajo al centro del plan golpista a las formaciones “aliadas” al Partido de los Trabajadores (PT), incluyendo al vicepresidente Michel Temer.
Es enorme la concentración de intereses que persigue destruir políticamente a Dilma y, por carambola, al PT y, sobre todo, a Lula da Silva, quien en lugar de ser reelecto en 2018, pues no tiene contrincante que se le acerque, podría acabar injusta y arbitrariamente en la cárcel. De esta forma, liquidar el Brasil incluyente construido por los gobiernos del PT, que sacó de la pobreza y la marginación a decenas de millones con planes asistenciales y de educación, salud y vivienda popular. Además de apoderarse de sus enormes recursos naturales, comenzando por el gigantesco yacimiento petrolífero Tupi.
Si el juicio político -o impeachment- contra la presidenta triunfara, permitiría, como ya ocurre en Argentina, un brutal y acelerado asalto a los salarios y a los derechos sociales de los trabajadores y los más desfavorecidos, con trasferencias millonarias de riqueza a una pequeña elite. Y esto no es todo, pues llevar hasta las últimas consecuencias un atraco de esa naturaleza a poblaciones que fueron muy beneficiadas socialmente en las dos últimas décadas exige despojar de sus ripios a la desvencijada democracia burguesa y avanzar hacia los que se prefiguran como mal disfrazados regímenes de fuerza.

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