El presidente estadounidense, Barack Obama, en visita oficial a Arabia 
Saudí, se reunió con miembros de esa monarquía, en momentos que las 
relaciones entre ambos países viven un período, aparentemente, de 
fuertes tensiones.
 Viaje de Negocios
 Obama aterrizó en 
Riad el pasado miércoles 20 de abril y desde el primer minuto – en esta 
cuarta visita al feudo personal de la familia Al Saud - se percibió que 
la monarquía wahabí deseaba dar muestras de malestar con la 
administración de gobierno de Barack Obama. Dos hechos ejemplifican esta
 supuesta expresión de disgusto: primero, Obama no fue recibido en la 
losa del aeropuerto por el Rey Salman dejando ese papel al gobernador de
 Riad, el príncipe Bandar bin Abdulaziz al Saud ex embajador saudí en 
Washington entre los años 1983-2005. Amigo personal de George Bush padre
 e hijo. Exjefe de la General Intelligence Directorate – GID – conocida 
también como Istakhbarat, que durante su mandato entre los años 2012 al 
2014 se dedicó de lleno a apoyar con armas, financiamiento y apoyo 
logístico a las bandas takfirí EIIL – Daesh en árabe – y el Frente 
Al-Nusra en su agresión contra Siria.
 En segundo término, en este
 juego político de expresar mediante gestos el disgusto, el arribo de 
Obama a tierra saudí no tuvo transmisión televisiva como sí lo fue la 
llegada a Riad de los gobernantes de los países árabes ribereños del 
Golfo Pérsico agrupados en el denominado Consejo de Cooperación Para los
 Países Árabes del Golfo Pérsico – CCEAG –, Grupo que conforma una 
alianza en coordinación, integración e interconexión entre sus Estados 
miembros – Kuwait, Baréin, Catar, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Omán
 y Arabia Saudí – principalmente en el campo político, económico y 
militar. Una alianza cuyo accionar está digitado por los objetivos que 
persigue la Casa Al Saud y que ha tenido su expresión bélica con la 
agresión a Yemen, la represión a la población bareiní y la política de 
apoyo a las bandas terroristas que tratan de derrocar al Gobierno sirio y
 balcanizar Irak. Este grupo, a diferencia de Obama fue personalmente 
recibido por el Monarca saudí Salman bin Abdulaziz Al Saud.
 
Utilizo el concepto de aparente tensión, entre Estados Unidos y la 
monarquía wahabí, porque, más allá de estos hechos, que a estas alturas 
de esta tradicional alianza, parecen esas clásicas discusiones de 
parejas con largos años de convivencia, la realidad indica que la Casa 
Al Saud sigue siendo un aliado indispensable para Estados Unidos. Ello, 
en el marco de una política hegemónica en Oriente Medio, que día a día 
parece perder preponderancia con la irrupción exitosa en la región – 
especialmente en Siria - de la Federación Rusa, como también el 
tradicional apoyo de la República Islámica de Irán a la sociedad siria, 
su gobierno como también a Irak, El Líbano y Palestina. Cada paso dado 
por Moscú y Teherán preocupan a la alianza wahabí-estadounidense. 
Constatación que ha impulsado a Washington y Riad a limar sus asperezas y
 generar un proceso de impulso a esa mancomunidad de intereses, para 
desgracia de los pueblos de Oriente Medio, Asia Central y el Magreb.
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