En Europa, estamos enfrentando una de las mayores crisis de refugiados de nuestra historia: en 2.015, según los datos de Eustat, más
de un millón de personas pidieron asilo a Europa, la mayoría de ellas
provenientes de Siria, Afganistán e Iraq y, según datos de Oxfam, casi
10.000 personas murieron tratando de cruzar el Mediterráneo. Ante la
magnitud de esta tragedia humana, muchos ciudadanos y ciudadanas de
Euskal Herria están mostrando un alto interés en involucrase
solidariamente para proporcionar ayuda a las personas afectadas. Si por
un lado nos enorgullece pertenecer a un pueblo que mantiene viva la
llama de la solidaridad internacional en su cultura política, creemos,
sin embargo, que las iniciativas que se están impulsando para encauzar
esta bienvenida y bienintencionada solidaridad (recogida y envío de
ropa, material, comida, etc.) dejan de lado elementos de fondo, es
decir, consideraciones fundamentales a tomar en cuenta a la hora de dar
una respuesta contundente a esta intolerable situación.
En efecto, creemos que, para evitar caer en un asistencialismo
paternalista poco eficaz o directamente contraproducente, tenemos que ir
a la raíz del problema y poner sobre la mesa las responsabilidades
políticas de las instituciones y Estados europeos tanto en el origen del
problema como en la nefasta gestión de las consecuencias de esta crisis
de refugiad@s.
En este sentido, por un lado, queremos subrayar que las personas
refugiadas huyen principalmente de países en los que las potencias
europeas intervinieron y siguen interviniendo militarmente, creando
caos, muerte y destrucción. A estas alturas, sobra decir que estas
injerencias que socavan la soberanía de los pueblos afectados distan
mucho de ser impulsadas por consideraciones humanitarias sino que
buscan, ante todo, la materialización de los espurios intereses tanto
económicos como geopolíticos de las potencias europeas. Por si fuera
poco, la UE y los Estados miembros siguen manteniendo relaciones
políticas y económicas de preferencia con Estados como el turco y el
saudí cuyo papel desestabilizador en la región (mediante bombardeos
indiscriminados y connivencia con el Daesh) ha sido ya públicamente
reconocido.
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