Como una jauría de hienas que olisquea la carne podrida el Gobierno 
israelí ha celebrado un consejo de ministros en los altos del Golán. En 
esta ocasión el jefe de la jauría no ha dudado en marcar su territorio 
declarando que esa tierra robada al pueblo sirio en 1967 «permanecerá 
definitivamente en manos de Israel». No esperábamos menos de su parte, 
pero esta provocación tiene por lo menos el mérito de recordarnos que 
Israel, al acecho, sabe cómo sacar dividendos de la tragedia siria. 
 En efecto, la sangrienta destrucción de Siria constituye para el 
régimen sionista un golpe de suerte inesperado. Y los dirigentes de Tel 
Aviv lo saben: la liquidación de la Siria soberana les servirá el Golán 
en bandeja de plata. En un país devastado y fragmentado sobre una base 
étnica-religiosa Israel agarraría su parte de los despojos, participaría
 en el festín carroñero con el que sueñan los iluminados de la sharía y sus patrocinadores occidentales. 
 Pero Siria resiste con obstinación. Y desde hace mucho tiempo. A pesar 
de sus fracasos militares sucesivos, de 1948 a 1982, la nación siria 
nunca ha capitulado frente al invasor y nunca ha renegado de sus 
convicciones. De un patriotismo feroz rechaza hasta el más mínimo 
compromiso con el ocupante. A la manera del pueblo palestino reclama la 
aplicación del derecho internacional y la restitución de los territorios
 árabes a sus legítimos dueños. Más todavía, Siria ha constituido a su 
alrededor un eje de resistencia a la hegemonía occidental e israelí en 
la región. 
 Esta intransigencia es la que cuesta a Siria la 
hostilidad de las potencias occidentales y de sus reaccionarios aliados 
del Golfo. La tormenta de las «primaveras árabes» hizo el resto al 
ofrecer a los enemigos de Siria la oportunidad de un «cambio de 
régimen», con métodos expeditivos inspirados en el modelo libio, 
obviamente disfrazado con pretextos humanitarios como complemento 
sentimental. Así pues, en el pulso entre el Estado sirio y la oposición 
armada Israel ha elegido su bando sin dudar. Y los verdugos de Palestina
 se han alineado, naturalmente, a los mercenarios de la OTAN. 
 
Mimado por Israel, que cura sus heridasliteralmente, el «ejército sirio 
libre» desempeña su papel a la perfección. Valioso guardafronteras 
procura al ocupante, en las proximidades del Golán, una cómoda «zona 
tampón» y además ejerce una presión sobre Damasco, al que obliga a 
distraerse de la lucha contra el conglomerado yihadista y diversificar 
sus fuerzas enviándolas a combatir esa amenaza en el flanco sur. Milicia
 complementaria a sueldo del colonizador, el «ejército sirio libre» 
lleva una existencia fantasma alimentando sin duda la ilusión de 
participar en la gloriosa revolución siria mientras ofrece sus lacayos 
al peor enemigo de la nación árabe. 
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