La semana pasada, en un centro de congresos de Nueva Orleans
reconvertido en su día temporalmente en refugio para miles de personas
durante el paso del huracán Katrina, un grupo de científicos polares
emitieron una declaración alarmante: el Ártico, tal como lo conocíamos,
ya no existe. La región está evolucionando definitivamente hacia un
estado libre de hielo, dijeron los científicos, con amplias
repercusiones en los ecosistemas, la seguridad nacional y la estabilidad
del clima planetario. Era un lugar idóneo para un recordatorio tajante
de que, de seguir así, la civilización está jugándose la existencia
frente a la biosfera del planeta.
En un informe anual de apoyo sobre la salud del Ártico[1]
–titulado “El Ártico no muestra indicios de volver a ser la región
fiablemente congelada de las últimas décadas”–, la Administración
Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), que supervisa toda la
investigación oficial de EE UU en la región, ha acuñado un término:
“Nuevo Ártico” 2/. Hasta hace más o
menos un decenio, la región resistía bastante bien, a pesar de
calentarse casi al doble de velocidad que el conjunto del planeta. Sin
embargo, en los últimos años ha experimentado un cambio abrupto que
ahora lo caracteriza. El Ártico es nuestro atisbo de una Tierra en
evolución, que se transforma en algo radicalmente diferente de la de
hoy.
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