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segunda-feira, 11 de dezembro de 2017

Trump en Jerusalén: una declaración de guerra

La primera tiene que ver con la irrelevancia –y nulidad histórica– de las reclamaciones de justicia. No hay probablemente ninguna otra causa en el mundo que concite un apoyo tan mayoritario a escala planetaria como la palestina. No sólo en el mundo árabe y musulmán, donde se discrepa ásperamente sobre Siria o Bahrein y, desde luego, sobre los malhadados y silenciados saharauis, pero nunca sobre Palestina; no sólo en las regiones que sufrieron la colonización y sufren ahora los rigores de la economía global capitalista. También las poblaciones de Europa sienten en general simpatía por los palestinos y horror por los desmanes de la ocupación israelí. Es una simpatía transversal, no ideológica, que en España, más que en ningún otro país de la UE, engloba a una mayoría abrumadora. Más allá de las razones concretas en cada caso –religiosas, nacionalistas, culturales u otras– esta cuasi unanimidad ilumina la desigualdad del mal llamado “conflicto” y su vicio de raíz, así como la inclinación natural de los seres humanos a defender siempre a los más débiles. El relato bíblico de David y Goliat forja para siempre la estructura narrativa de esta natural “alineación con el bien” de los humanos normales. La relación de fuerzas entre Israel y Palestina es tan desigual, el desprecio israelí por la vida de los palestinos –su bravuconería goliatesca– es tan ofensiva para la sensibilidad que todos percibimos como una incoherencia narrativa su dolorosa duración en el tiempo, sin que una honda reparadora venga a poner fin a la injusticia.

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