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quinta-feira, 7 de dezembro de 2017

Fidel Castro, el otro nombre de la dignidad

Hay hombres que atraviesan los siglos y se inscriben en la eternidad, pues personifican principios. Maximiliano Robespierre, el incorruptible, el apóstol de los pobres, dedicó su existencia breve e intensa a luchar por la libertad del género humano, por la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, por la fraternidad entre todos los pueblos del mundo, suscitando el odio feroz de los termidorianos y de sus herederos que perdura hasta hoy. Fidel Castro, el otro nombre de la dignidad, tomó las armas para reivindicar el derecho de su pueblo y de todos los condenados de la tierra a elegir su propio destino, atizando la aversión de las fuerzas retrógradas a través del planeta.
Patio trasero de Estados Unidos durante seis décadas, Cuba era constantemente humillada en su aspiración a la soberanía. A pesar de las tres guerras de independencia y los sacrificios del pueblo de José Martí, héroe nacional y padre espiritual de Fidel Castro, la isla del Caribe sufrió el yugo opresor del poderoso vecino, deseoso de asentar su dominio en la región. Ocupada militarmente y luego transformada en república neocolonial, Cuba vio a los gobiernos de la época obligados a plegarse a las órdenes de Washington. El pueblo cubano, orgulloso y valiente, soportaba afrenta tras afrenta. En 1920, el Presidente Woodrow Wilson mandó al general Enoch H. Crowder a La Habana tras la crisis política y financiera que golpeaba el país y ni se dignó a informar al Presidente cubano Manuel García Menocal. Ése hizo partícipe de su sorpresa a su homólogo estadounidense. La respuesta de Washington fue humillante: “El Presidente de Estados Unidos no considera necesario conseguir la autorización previa del Presidente de Cuba para mandar a un representante especial”. Tal era la Cuba prerrevolucionaria.

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