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quinta-feira, 7 de dezembro de 2017

El conflicto catalán y la pulsión autoritaria

No es sencillo escribir sobre el conflicto catalán y sus consecuencias. La intensa aceleración de lo real en la que hemos vivido en los últimos tres meses, la previsibilidad de nuevos acontecimientos y la pléyade de análisis políticos y jurídicos (muy raramente político-jurídicos) sobre el caso dificultan decir algo que evite el riesgo de la cacofonía.
Tal vez por nuestro compromiso desde hace lustros con los derechos humanos y la moderación del control social, uno de los interrogantes que más nos ha interesado es el de cómo responderían el Gobierno español y su bloque hegemónico en términos de castigo.
Hoy ya tenemos buena parte de la respuesta. En un contexto en el que la política ha tenido un papel muy secundario, la respuesta estatal ha combinado momentos de intervención policial aguerrida con la imputación de gravísimos delitos a dos docenas de líderes catalanes –la mayor parte electos– y el procesamiento de cientos de personas por sedicentes conductas de odio.
En el momento de escribir estas líneas, diez líderes políticos y sociales catalanes están o han pasado por prisión, y cinco más han buscado refugio en Bruselas. Todo ello en el marco de la suspensión de los poderes autonómicos catalanes, vehiculada mediante una interpretación probablemente inconstitucional de una norma, el artículo 155, cuya legitimidad y sentido son hoy, cuarenta años de evolución federalizante del Estado después, altamente cuestionables.
La similitud de esta respuesta con lo sucedido en octubre de 1934 –componente militar aparte– evidencia que, al menos en el caso español, Norbert Elias y toda la narrativa moderna del progreso parecen tener escaso sentido. Frente a ello, la crisis del bloque histórico que ha gobernado el modelo político del 78 se acomoda más bien a la famosa frase de Gramsci sobre las consecuencias de las crisis políticas.

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