Alguien sostuvo alguna vez que para el norteamericano medio el mundo
termina en los confines de su condado. Eso explica el porqué de la
absurda política internacional del presidente Donald Trump, como dar a
Jerusalén el reconocimiento de capital de Israel y ordenar al
Departamento de Estado que inicie el proceso para trasladar la embajada
de EEUU de Tel Aviv a esa ciudad, algo que satisface al gobierno del
Primer Ministro Netanyahu, afectado por escándalos de corrupción; a los
50 millones de evangelistas radicales, que piensan que así se acelera la
tan esperada parusía; a la poderosa AIPAC, urdimbre de instituciones
judías y millonarios que operan en el mundo en favor del sionismo, de
Israel y del Nuevo Orden Mundial, la misma que podría salvar a Trump de
que sus enemigos, tanto demócratas como republicanos, lo arrojen del
poder, y pare de contar.
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