El 8 de diciembre se cumplen 26 años de la conjura de Bieloviezh que
disolvió formalmente la Unión Soviética. Hace poco escuché a un reputado
periodista glosar el crucial papel que Margaret Thatcher tuvo en
la caída del comunismo. Otros mencionan la figura del papa Juan Pablo
II, a Ronald Reagan y su “guerra de las galaxias” o a los nacionalismos
como factores decisivos. Y eso, en boca de gente presuntamente
informada, no hace sino ilustrar un hecho: que pese a la distancia sigue
sin entenderse gran cosa de todo aquello, que se sigue ignorando la
primacía de factores internos, y que se continúan ofreciendo las
explicaciones más estrambóticas.
En una exposición limitada como
esta, lo más que podemos ofrecer es un esquema: tres puntos esenciales,
necesariamente simplificados, pero a partir de los cuales se pueda
pintar y desarrollar un cuadro más serio con todos los matices y los
detalles sobre los motivos por los que la URSS se disolvió. Para eso he
elegido tres motivos que llamaremos, técnico, degenerativo y espiritual.
Cada uno de ellos exige su propia lente y su propio marco temporal para
ser abordado. Para el primero basta con una simple crónica periodística
y una perspectiva de dos o tres años. Para el segundo hay que hacer
algo de sociología política y moverse en un espacio de varias décadas.
Para el tercero entramos en filosofía de la historia, y podríamos llegar
mucho más lejos, hasta meternos en esa capacidad tan humana de
estropear grandes causas y pasiones.
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