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segunda-feira, 11 de abril de 2016

Movimientos indígenas y participación política

En Abya Yala, en las últimas décadas, en especial a raíz del reconocimiento jurídico de los derechos de los pueblos indígenas, y la “conmemoración” del quinto centenario de la invasión-colonización europea, muchos/as indígenas hemos acelerado nuestros procesos de reconstitución identitaria y territorial como pueblos.
A tal punto que, en la presente década, los diferentes movimientos sociales en defensa de la tierra-territorio, el agua, los bosques, y demás bienes comunes, están dinamizados y/o acuerpados por sectores indígenas organizadas en resistencia.
En países como México, Guatemala, Ecuador, Perú, Bolivia …, con altos porcentajes de población indígena, los actuales movimientos sociales son movimientos de organizaciones indígenas. Pero, en ninguno de estos casos, con excepción de Bolivia y Ecuador, estos movimientos lograron convertir su mayoría demográfica en mayoría política. Es decir, no lograron espacios significativos en la administración de los estados.
En México, Guatemala, Perú, países con población mayoritaria indígena, los movimientos indígenas no hemos logrado ni tan siquiera tener una organización política propia (bajo nuestro control) para participar electoralmente y disputar el poder político monopolizado por los ricos. Los casos de Bolivia y Ecuador son diferentes.
Si no tenemos un instrumento político (organización política propia), los movimientos indígenas, por más que poblacionalmente seamos mayoritarios, jamás podremos acceder a los espacios de poder para transformar los estados coloniales.
Los partidos políticos tradicionales, tanto de la derecha, como de la izquierda, en el marco de sus parámetros y limitaciones culturales e ideológicas, jamás nos asumirán como sujetos plenos de derechos. Mucho menos como potenciales gobernantes o tomadores de decisiones para reconstruir nuestros destinos como pueblos autónomos e interdependientes.
Para el pensamiento occidental, sea liberal o socialista, el sujeto político ideal siempre será el individuo ilusionado por el espejismo de la modernidad, ansioso del desarrollo suicida, preso de la razón lineal utilitarista, deseoso de los títulos y privilegios individuales. Por eso, los partidos políticos, lejos de promover la homeostasis o bienestar de la comunidad, premian y generan nuevas élites de privilegiados a costa de las mayorías históricamente empobrecidas.

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