La intervención del presidente Obama ante una representación de la
sociedad civil cubana, especialmente seleccionada e invitada, que vimos
por televisión, es una joya de orfebrería política, que debería
estudiarse en las facultades de comunicación y las escuelas del Partido.
Sus frases no parecen haber sido bordadas por expertos y hábilmente
leídas en unteleprompter, sino estar saliendo de su corazón. Esta
pieza de oratoria, su puesta en escena y su perfecta interpretación la
hacen parecer realmente una conversación, no un documento cargado de
tesis de principio a fin.
Comento algunas de estas tesis y su
brillante manejo discursivo, a partir de la lógica con que el Presidente
ha construido la visión de nuestra realidad y la de los Estados Unidos,
así como de su tono directo. Mis modestos comentarios no pretenden ser
el espejo de la sociedad civil cubana, sino apenas una reflexión crítica
sobre el sentido común, el de Obama y el de esa sociedad,
reconociéndola en su heterogeneidad, vibrante y politizada, no
satisfecha con monólogos, por muy bien armados y carismáticos, sino con
el diálogo real entre una diversidad de ciudadanos, ya que son mucho más
que dos. Lo hago en un espíritu de debate, no solo por la invitación
del presidente Obama a una discusión que “es buena y saludable”, sino
porque ese debate se ha legitimado entre nosotros desde hace tiempo,
como parte de una libertad de expresión que la sociedad civil se ha
ganado por sí misma, más allá de estridencias y chancleteo, sin esperar
dones de lo alto o de benefactores poderosos de afuera.
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