El presidente Trump está completamente integrado en la estructura
más profunda del imperialismo estadounidense. A pesar de sus ocasionales
referencias a la no intervención en guerras en el extranjero, Trump
sigue los pasos de sus predecesores.
A pesar del alboroto
montado por neoconservadores y liberales acerca de sus vínculos con
Rusia, sus “herejías” sobre la OTAN y su apertura hacia la paz en
Oriente Próximo, en la práctica, Trump ha desechado su imperialismo
humanitario de mercado y ha acometido las mismas políticas belicosas de
su rival del partido demócrata Hillary Clinton.
Al carecer de
la hábil “demagogia” del antiguo presidente Obama y no adornar sus
acciones con exhortaciones baratas a las políticas de “identidad”, los
pronunciamientos groseros y abrasivos de Trump han hecho que los jóvenes
se lancen a las calles en manifestaciones masivas. Estos actos de
protesta cuentan con el poco discreto apoyo de los principales
adversarios de Trump: los banqueros de Wall Street, los especuladores y
los magnates de los medios de comunicación. En otras palabras, el
presidente Trump es un manipulador de los símbolos, no un
“revolucionario” y ni siquiera un “agente del cambio”.
Vamos a
proceder a analizar su trayectoria histórica, la que ha permitido el
advenimiento del régimen Trump. Identificaremos los programas y
compromisos en curso que determinan el presente y la dirección futura de
su administración.
Concluiremos determinando el modo en que la
reacción del presente puede servir para crear futuras transformaciones.
Nos enfrentaremos al actual delirio “catastrófico” y apocalíptico y
propondremos razones para una visión optimista del futuro. En resumen:
este artículo señalará por qué las características negativas del
presente pueden tener consecuencias positivas.
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