Pasó el vicepresidente de EEUU por Europa sin terminar de despejar las
dudas que afligen a la UE desde la elección de Donald Trump, dejando
claro que lo que a EEUU le interesa es la OTAN. El otrora rutilante
edificio europeo sigue sin cerrar sus grietas –cada vez mayores- y teme
ser declarado en ruina, con sus líderes sumidos entre la perplejidad y
el miedo a los planes ocultos de Trump. Tales angustias no existirían si
la UE fuera un proyecto sólido y sostenido en sus propios pilares, pero
nunca ha sido así. La OTAN fue invención de EEUU en su duelo a muerte
en el O.K Corral con la Unión Soviética. La Comunidad Económica Europea
surgió como reacción al desafío social y económico que planteaba el
comunismo, creándose un modelo que, redistribuyendo parte de la riqueza,
permitiera detener el avance de las fuerzas de izquierda, sobre todo
comunistas, en los duros años 50 y 60 del siglo XX. Ambos proyectos
(OTAN y CEE) descansaban en el poder militar y económico de EEUU, no en
las capacidades propias de Europa Occidental. La Europa actual nació,
pues, como una dependencia de EEUU, lo que explica sin ambages los
temblores y sudores fríos que hoy recorren sus capitales.
Una
Europa –refresquemos la memoria- que financiaba buena parte de su
bienestar merced al neocolonialismo, que permitía prolongar el expolio
de los países salidos de la descolonización, a partir del dominio
industrial absoluto de Occidente y del control, también absoluto, de las
instituciones financieras mundiales –FMI y Banco Mundial- y de las
todopoderosas transnacionales, que hacían y deshacían a su gusto en los
países formalmente independientes, pero realmente esclavizados bajo el diktat de Occidente.
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