Son los más colonizados de todos los ciudadanos en este gran enclave
colonial posmoderno que se sigue llamado México. El susto que
manifiestan las clases altas y medio altas es de otra índole de el de
quienes han sido pollos subterráneos, invisibles, calladitos y
aguantadores. Los primeros creen que basta con los negocios y hábitos
trasplantados de allá para acá y de acá para allá como la montaron en
Houston, La Jolla, Miami o donde quiera que las rentas sean altas, como
nuestros pirrurris de exportación que reinan en los condominios de lujo
de Central Park. Bilingües hasta el piquito, basta hojear su prensa
social y del corazón, sus redes ídem, sus códigos de consumo y
pensamiento, su caló y su estilacho, para comprobar que viven, o creen
vivir, en otra parte. En el colonialismo, como en todo, hay de clases a
clases. Los colonizados que piden unidad en torno a su poder son
beneficiarios directos de la colonización estadunidense, sus promotores,
cómplices, mayordomos. Sus valedores.
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