La intervención militar de Rusia en la guerra de Siria ha dividido a la
izquierda en tres principales grupos: los que creen firmemente que los
rusos (¿soviéticos?), desde Siria, están parando los pies al “yihadismo”
e imperialismo; los que le acusan de crímenes de guerra y de ser igual o
peor que los yanquis, y quienes a pesar de asimilar que la patria de
Lenin hoy es un país capitalista, se consuelan con que fortalecerla
pondría fin a la pesadilla del mundo unilateral dirigido por EEUU.
Vladimir Putin, héroe o villano
Sin duda, la figura y la trayectoria del super presidente Putin es
desconcertante. Desde Stalin ningún líder ruso ha gozado de tanta
popularidad que él. Hábil en el uso de “humo y espejos”, el hombre de
“orden y disciplina” que gobierna el país más grande del planeta,
representa una alianza de la burguesía y magnates que controlan los
medios de producción privatizados y públicos. Una élite
“internacionalista” que presume de contar con el ex canciller del
imperialismo alemán, Gerhard Schröder, que utilizando las “puertas
giratorias” se ha colado en la dirección de Gazprom: la enfermedad holandesa azota Rusia y otros países productores de petróleo y gas.
El presidente Putin de hoy no es el mismo que hizo de primer ministro
para un tal Boris Yeltsin, el Donald Trump ruso. En aquellos años, EEUU
ni intentó debilitar o derrocar a Vladímir Vladímirovich, ya que podría
servirle para contener a los comunistas.
Pragmático en interior y “realista” en la política exterior, Putin aplica su “sofisticada doctrina”:
mientras celebra el “Día de la Cheka” en homenaje a la policía secreta
bolchevique, o utiliza la simbología soviética en los desfiles públicos,
o habla del “decadente Occidente imperialista”, mima también a la ultra
conservadora iglesia ortodoxa, y pone velas para que Europa y EEUU le
llamen para juntos administrar el mundo. Y Oriente Próximo es un
excelente espacio para recuperar el estatus de la potencia mundial.
La putinomanía , creada desde un impulso maniqueo para desafiar la rusofobia (confundida con la “ comunismofobia
”), tacha de “conspiración occidental” a cualquier protesta (por muy
obrera que sea) en contra de las políticas de Kremlin como si
milagrosamente la “lucha de clase” hubiese desaparecido de aquella
sociedad capitalista.
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