El 9 de agosto del 1999 el presidente ruso Boris Yeltsin, declaró: “He
decidido nombrar a la persona que, en mi opinión, es capaz de consolidar
nuestra sociedad, garantizar la continuación de las reformas en Rusia
con el apoyo de las más amplias fuerzas políticas. Él será capaz de
ponerse al frente de los que en el nuevo siglo XXI tendrán que renovar
nuestra gran Rusia”.
Hablaba del desconocido director del Servicio
Federal de Seguridad de la Federación Rusa, Vladimir Putin, al cual
acababa de nombrar primer ministro. Apenas un año después sería electo
presidente por primera vez.
La Rusia humillada de los oligarcas
Con
el desmembramiento de la Unión Soviética la nación rusa no sólo vio
cómo los países bajo su control se independizaban, sino también un
avance imparable de Occidente en su histórica zona de influencia tanto
en Europa del Este como en Asia Central.
La Rusia que recibió
Putin era una ex potencia decadente, alejada de la supremacía que había
tenido en el contexto de la Guerra Fría, pero también de su histórico
rol geopolítico antes del siglo XX. El país estaba controlado por una
oligarquía de ex burócratas comunistas devenidos empresarios
multimillonarios, corruptos y mafiosos, que poseían bajo su control casi
todos los resortes del Estado.
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