El continente está viviendo un momento de inflexión histórica.
Ciertamente, después de diez años continuos de expansivas victorias
políticas de las fuerzas revolucionarias y progresistas en Venezuela,
Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Nicaragua y El Salvador,
existe un estancamiento de esta irradiación e incluso un retroceso
territorial. Es así que a la conspiración política conservadora en
Honduras, Paraguay, Venezuela y Brasil, le ha seguido la derrota
electoral en Argentina. En los últimos dos años, de un espíritu general
de época caracterizado por la ofensiva hemos pasado a la defensiva
política y electoral.
A través de vías electorales, en ocasiones
acompañadas por acciones de movilización colectiva, sumadas a
sistemáticas agresiones económicas y a una inocultable conspiración
externa, las fuerzas conservadoras han asumido en el último año el
control de varios gobiernos del continente. Numerosas conquistas
sociales, logradas años atrás, han sido eliminadas y hay un esfuerzo
ideológico-mediático por pontificar un supuesto “fin de ciclo” que
estaría mostrando la inevitable derrota de los gobiernos progresistas en
el continente.
Si hace 25 años se hablaba del “fin de la historia” [2] ,
como metarrelato conservador que predecía el fin de los grandes relatos
heroicos anticolonialistas y anticapitalistas que habían caracterizado
el siglo XX, hoy, el “fin de ciclo” constituye el aborto ideológico de
esa teleolología histórica que pretende hacer creer que las sociedades
se mueven impulsadas por leyes independientes y por encima de las
propias sociedades, a modo de principios cuasireligiosos que pretenden
explicar la dinámica del mundo. Se trata, ciertamente, de un intento por
anular a la sociedad y al ser humano como fuentes explicativas de sí
mismos y de su devenir.
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