Las sangrientas cifras que ha dejado el Ramadán, que acaba de
finalizar, tanto en Afganistán como en Pakistán, expone claramente, que
el terrorismo no es un problema que se genera en Afganistán y se
extiende a Pakistán, como Islamabad intenta presentarlo ante el mundo,
sino que es un problema de ambas naciones. Mientras sus gobiernos no
operen en conjunto, lo vivido este último mes se volverá a repetir de
manera inexorable.
Los dos piases están condenados a compartir
una frontera artificial de casi 2500 kilómetros, trazada en 1893, por el
sicario y Secretario de Exteriores del Imperio Británico llamado
Mortimer Durand. Aquella trazado antojadizo conocido como la “Línea
Durand”, solo contempló los intereses de Londres, como no podía ser de
otra manera, separando tribus como los míticos pashtún o los baluchis
que se encontraban allí entre 3 mil y 1500 años A.C., compartiendo
identidades, étnicas, lingüísticas y culturales. El drama de
desintegración de diferentes grupos en las dos naciones multiétnicas, es
una de las razones principales de la permanente inestabilidad en la
frontera, que además de los mutuas, históricas y pendientes
reivindicaciones entre Kabul e Islamabad, soporta, que en esa intrincada
geografía, pululen desde siempre las bandas de contrabandistas y
traficantes que la cruzaba a su antojo, y que desde los años ochenta lo
hagan también muchos de sus herederos: las organizaciones del integrismo
armado, llámense Talibanes, al-Qaeda o Daesh, o cualquiera de las cientos de bandas armadas que pululan por los senderos y pasadizos montañosos de toda Asia Central.
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