La normalización de relaciones entre China y Panamá ha caldeado el ambiente en el estrecho de Taiwán. Con la pérdida
de dos aliados en solo dos meses (también Santo Tomé y Príncipe), Taipéi
ha caído de forma estrepitosa en la cuenta de la neta insuficiencia de
su poder exterior. Por más que algunos, dentro y fuera, abunden en las
motivaciones económicas –que las hay- para explicar el reciente giro
panameño, lo cierto es que la omnipresencia global de China actúa como
un poderoso imán para terceros difícil de evitar; además, la cuestión de
la reunificación, en vísperas del veinte aniversario de la retrocesión
de Hong Kong, gana relevancia política en la agenda china.
En Taiwán se barajan dos tipos de respuesta. La
inmediata apunta a la imposición de restricciones y otras murallas de
protección contra el continente como las ya anunciadas para limitar las
visitas de funcionarios continentales a la isla. La segunda pone sobre
la mesa de nuevo el debate sobre la reforma constitucional que incluiría
el abandono a todos los efectos de la República de China para
redefinirse pura y simplemente como Taiwán. De las palabras a los
hechos, esa modificación podría dar al traste con la presidencia
moderada de Tsai Ing-wen y hasta representar un cassus belli para
Beijing.
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