Se la debo a las historietas de Bombolo, Tremebunda y otras que publicaba Diario El Universo.
Son de factura argentina y adquirí con ellas la deuda de la
bibliofilia. El periódico llegaba por avión y alrededor de las once de
la mañana ya estaba en las calles de Esmeraldas; era el periódico
referencial. Veía los dibujos e inventaba los diálogos hasta que pude
leer las anotaciones en las burbujas y entender el chiste. El efecto
mágico de ponerle sonidos y significaciones a los caracteres, terminó
por convencerme que estaba obligado angustias inexplicables a saberlo
todo o casi. Alguna vez de visita al cementerio de la ciudad me perdí,
en el laberinto de cruces y lápidas, leyendo las frases de adioses
póstumos, el espanto fue de cuatro dedos cuando tropecé con un ataúd
medio destapado, se veía una calavera amarillenta y desdentada. Grito,
estampida y la santa burla de los parientes. No debo ser el único que
aprendió la veneración medio religiosa a bibliotecas y bibliotecarios; a
librerías y libreros.
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