Como todos saben, Cuba
es un país realmente singular. Solo mencionaré los cambios colosales de
la vida de las personas, las relaciones sociales y las instituciones
generadas por el proceso revolucionario, conquistadas y desarrolladas
con la participación decisiva de las mayorías, codificadas por las leyes
y convertidas en costumbres. El consenso por parte de las mayorías de
que el poder político ha gozado durante más de medio siglo tiene bases
muy firmes en el imperio de la justicia social, la redistribución
sistemática de la riqueza del país en beneficio de esas mayorías, la
identificación general del gobierno como servidor de los altos fines de
la sociedad y administrador honesto -y no como una sucesión de grupos
corrompidos que medran, engañan y lucran- y la defensa intransigente de
la soberanía nacional plena.
La sociedad de justicia, bienestar
y oportunidades para todos que se logró como saldo del proceso hasta
1990 ha sufrido deterioros y reducciones de esos rasgos en los últimos
25 años. No me detengo en la profunda crisis que vivió Cuba en la
primera mitad de los años ´90, que originó esa tendencia negativa,
solamente añado dos constantes que operan siempre y sistemáticamente en
contra: la agresión permanente de Estados Unidos, desde 1959, que
incluye el funesto estado de guerra económica del bloqueo; y las
profundas y abarcadoras desventajas económicas que sufrimos, como la
mayor parte de los pueblos del planeta, causadas por el sistema de
financiarización, centralización, robo de recursos y exacciones
parasitarias del gran capital.
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