Alrededor de 45,3 millones de personas están hoy llamadas a decidir
si quieren que Reino Unido permanezca o no en la Unión Europea. La
campaña a favor y en contra del Brexit se ha centrado en hablar de las
consecuencias de abandonar la UE, porque entienden que quedarse no
conlleva ninguna, más allá de “seguir como están”. Pero lo cierto es que
para la inmigración europea, que tiene prohibido participar en el
referéndum, tanto la salida como la permanencia serán negativas.
La extrema derecha y parte de los conservadores británicos, a favor de
la salida, han conseguido que la campaña sobre el Brexit haya girado en
torno a la inmigración y sobre lo que se conseguirá si se marchan de la
UE: “control sobre las fronteras” y “más soberanía”; mientras, el
Gobierno, también conservador y a favor de la permanencia junto a los
laboristas, han jugado a la contra con una guerra de cifras económicas
de lo que ocurrirá si se marchan: “si nos vamos, perderemos dinero”, ha
insistido el Ejecutivo inglés hasta la saciedad. Por su parte, los
argumentos de la izquierda, también dividida entre el sí y el no, han
quedado relegados en el plano mediático.
Esto ha empeñado lo que
pudo haber sido pero no fue: un verdadero debate democrático. Y en el
olvido, lo que pasará si se quedan, porque ya nada será igual. El primer
ministro, David Cameron, consiguió cambiar las reglas del juego de su
país con la Unión Europea en febrero de este año y así hacer campaña por
la permanencia sabiendo que las cosas van a cambiar después del 23 de
junio. Su acuerdo afecta a la vida de las personas inmigrantes de la UE,
que no han tenido ni voz ni voto en esta campaña.
¿Qué ocurrirá con la inmigración europea si se quedan?
La
estrategia del gobierno británico fue modificar el encaje de Reino
Unido con sus socios europeos, y cargarse de paso el principio de
igualdad, para asegurarle a los ingleses que pueden estar tranquilos
porque si se quedan, “habrá restricciones en el acceso de los
inmigrantes europeos al sistema de ayudas”, “mantendrán el control de
sus fronteras”, “no se unirán al euro”, “no tendrán que apoyar ninguna
política más de integración” y “reducirán la burocracia”. Así se lo
contó a la sociedad británica en millones de cartas que envió a los
hogares.
Lo cierto es que con este acuerdo, que además refuerza a
Londres para que Bruselas no pueda imponer ningún tipo de regulación
financiera, va en contra de los principios fundacionales de la UE. Y lo
peor de todo, es que esta regresión nacionalista aprobada por los
estados miembros abre la puerta para que cualquier otro país pueda
adoptar estos cambios. Votar hoy por la permanencia será votar por
quedarse en una organización que se está autodestruyendo así misma.
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