Los precandidatos demócrata y republicano a la presidencia de Estados
Unidos, Hillary Clinton y Donald Trump, en actos de campaña en
Washington Foto Afp y Ap
Estamos acostumbrados a pensar la inestabilidad de los Estados cual si ésta se localizara primordialmente en el sur global. Es en relación con estas regiones que los expertos y los políticos en el norte global hablan de
Estamos acostumbrados a pensar la inestabilidad de los Estados cual si ésta se localizara primordialmente en el sur global. Es en relación con estas regiones que los expertos y los políticos en el norte global hablan de
Estados fallidosdonde ocurren
guerras civiles.
La
vida es muy incierta para los habitantes de estas regiones. Hay un
desplazamiento masivo de sus poblaciones y esfuerzos por huir de estas
regiones hacia las zonas
más segurasdel mundo. Estas partes más seguras se supone que tienen más empleos y altos estándares de vida.
En
particular, a Estados Unidos se le considera el objetivo migratorio de
un gran porcentaje de la población mundial. Alguna vez esto fue cierto
en gran medida. En el periodo que a grandes rasgos transcurrió entre
1945 y 1970, Estados Unidos fue la potencia hegemónica en el
sistema-mundo y la vida para sus habitantes era, de hecho, mejor en lo
económico y social.
Y aunque no era que las fronteras estuvieran
exactamente abiertas para los migrantes, aquellos que pudieron llegar,
de una u otra manera, lograron estar contentos con lo que consideraban
una buena fortuna. Y otros, procedentes de los países de origen de los
migrantes exitosos, siguieron intentando seguir sus huellas. En este
periodo hubo muy poca emigración procedente de Estados Unidos –salvo,
temporalmente, por asumir algún empleo muy bien pagado, como mercenarios
económicos, políticos o militares.
La época dorada del
sistema-mundo comenzó a deshacerse cerca de 1970 y se ha seguido
desmadejando desde entonces de modo creciente. ¿Cuáles son los signos de
todo esto? Hay muchos. Algunos de ellos al interior del mismo Estados
Unidos, y algunos otros en las cambiantes actitudes del resto del mundo
hacia este país.
En Estados Unidos estamos atravesando una
campaña presidencial que casi todos califican de inusual y
transformadora. Hay grandes números de votantes que se han estado
movilizando contra el establishment, muchos de ellos entrando por
primera vez en el proceso de votación. En el proceso republicano,
Donald J. Trump ha construido su búsqueda de la nominación montándose
precisamente en la ola de un descontento así. Alentando de hecho tal
descontento. Y parece haberlo logrado, pese a todos los esfuerzos de
quienes se podría pensar que son los republicanos tradicionales.
En
el Partido Demócrata el relato es similar, pero no idéntico. Un
senador, previamente oscuro, Bernie Sanders, ha sido capaz de montarse
en el descontento verbalizado con una retórica más de izquierda y, para
junio de 2016, ha estado conduciendo una muy impresionante campaña
contra la candidatura de Hillary Clinton, postulación que alguna vez se
pensó que no era desafiable. Aunque parece que no obtendrá la
nominación, ha forzado a Clinton (y al Partido Demócrata) mucho más
hacia la izquierda de lo que parecía apenas hace unos cuantos meses. Y
Sanders logró esto sin nunca haberse presentado en una elección como
demócrata.
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