Joseph Stiglitz (Indiana, 1943) no es ningún radical. Su carácter,
revestido de un optimismo prudente, y su impresionante currículum, hacen
de él un hombre de orden, como mucho un reformista. Y aún así, el
premio Nobel, que fuera economista jefe del Banco Mundial a finales de
los años noventa después de haber presidido el Consejo de Asesores
Económicos de Bill Clinton, se ha convertido en un enérgico crítico del establishment.
Para alguien de su pedigrí, tomar partido a favor del “no” en el
referéndum griego sobre el rescate, o clamar contra los acuerdos de
libre comercio, la explotación de los trabajadores, la ‘extorsion’ de
los fondos buitre a las naciones endeudadas y lo que él llama la
“depravación moral” del sector financiero, sugiere un renovado ímpetu
progresista, o quizá una revelación. Y sin embargo, las posiciones de
Stiglitz no han cambiado demasiado --es el mundo en el que las mantiene
el que lo ha hecho. La incesante derechización de la ortodoxia
económica, junto al crecimiento de la desigualdad, sitúan a este
profesor de la Universidad de Columbia en abierta contradicción con sus
supuestos aliados, e incluso con sus colegas. No parece importarle
demasiado. Stiglitz recibe a CTXT en su oficina en Columbia para hablar
de su nuevo libro, The Great Divide: Unequal Societies and What We Can Do about Them (2015),
que trata las causas, consecuencias y peligros de la creciente brecha
entre ricos y pobres. Y por qué nada de eso es inevitable.
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