El ambiente en París, ciudad en la que palpita el corazón de Francia, se
está haciendo más rebelde. Desde que el 19 de febrero se colgara en la
red la llamada contra la ley laboral que fue inmediatamente firmada por
más de un millón de personas, se han sucedido nueve jornadas de protesta
y huelga sindical, y multitud de manifestaciones. En ese caldo nació la
ocupación de las plazas, el 31 de marzo, y se alzaron los estudiantes.
Desde entonces cada día ocurre algo, algún desafío, alguna protesta. Qué
lejos queda el ambiente del pasado otoño, cuando era el Frente Nacional
quien determinaba los temas del debate público y las políticas
xenófobas, identitarias y de seguridad ante el terrorismo. Hoy es lo
social lo que prima. Y como telón de fondo, cada vez más presente, el
descrédito de la Unión Europea.
El epicentro del problema no es
el Brexit. Una eventual salida del Reino Unido de la UE es
economicamente irrelevante (hay mucha exageración ahí), pero
políticamente debilitaría la influencia de Estados Unidos, del que el
Reino Unido ha sido el más solicito servidor, en el continente. Solo por
eso harán cualquier cosa por evitarla, pero el verdadero problema está
en Francia. Fue Francia, no Inglaterra, la fundadora de lo que se está
desmoronando desde 2007. Y es aquí donde se decidirá la verdadera
partida.
Después de Grecia (71%), Francia es líder europeo en
opinión desfavorable sobre la UE: 61%. En el último año ese desprestigio
ha aumentado aquí 15 puntos. En España (49%), 16 puntos, según el
último sondeo. El proyecto de reforma laboral está culminado tres
décadas de frustración francesa por el robo de soberanía y el deterioro
del nivel de vida medido en; recortes de ingresos, aumento de la
desigualdad y retroceso de los servicios públicos. Esa es la enfermedad
francesa.
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