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terça-feira, 7 de junho de 2016

Ocupar versus usurpar

Cuando se ocupa de forma pública y anunciada un espacio vacío con la intención de permanecer en él, lo que se hace es denunciar y cuestionar una sociedad, una economía y un Estado que consideran los lugares y los bienes como mercancías.
El juicio a cuatro activistas ocupas del Patio Maravillas copa en los últimos días el foco mediático. Como era de esperar, dado el orden de cosas, comparten portadas con las legiones de seres presuntamente corruptos, corruptores, prevaricadores y delincuentes que son detenidos o investigados por docenas y acusados de apropiaciones de recursos públicos, bajo todo tipo de imaginativas fórmulas. Ocupar es una palabra que en el diccionario de la Real Academia de la Lengua tiene muchas acepciones. Habitualmente, cuando hablamos ocupación de locales e inmuebles, la más utilizada suele ser la de “tomar posesión o apoderarse de un territorio, de un lugar o de un edificio, invadiéndolo o instalándose en él”.
Las personas que ocuparon en el Patio Maravillas, indudablemente entraron en un edificio, se instalaron en él y, desde ese momento, lo que era un inmueble vacío, se convirtió en un lugar habitado, cuyo valor venía dado por el uso que se hacía de él. Lo que hoy es tratado en muchos medios como un acto inmoral y delictivo, es, sin embargo, una acción amparada por las orientaciones morales más básicas que han permitido que la humanidad haya podido sobrevivir. Ocupar el espacio vacío ha sido una estrategia de supervivencia y prácticamente todas las culturas del mundo han desarrollado mecanismos y normas para impedir el acaparamiento de espacios y bienes que no tuvieran utilidad social. Desde las constituciones que regulan la vida en común en los estados (como es el caso de la propia Constitución española), hasta los textos básicos de muchas religiones (incluida la católica), la legitimidad de un propiedad que no tenga utilidad social ha sido profundamente cuestionada.
En este marco antropológico, y teniendo en cuenta, el uso patrimonialista y especulativo que tiene la propiedad inmobiliaria, el elevado número de viviendas y espacios vacíos en la ciudad de Madrid, y la cantidad de gente precaria sin vivienda y de proyectos socioculturales que no tenían dónde llevarse a cabo, no parece extraño que la ocupación, como denuncia y respuesta política, haya ido creciendo progresivamente.

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