El voto mayoritario de los británicos a favor de abandonar la Unión Europea fue un acto de democracia en estado puro. Millones de personas
ordinarias se negaron a ser acosadas, intimidadas y despachadas
despectivamente por personas supuestamente superiores de los principales
partidos, por el mundo de los negocios y la oligarquía de la banca, y
por los medios de comunicación.
En gran parte fue el voto de aquellas
personas enfadadas y desmoralizadas por la enorme arrogancia de los
apologistas de la campaña a favor de “permanecer” y del desmembramiento
de una vida socialmente justa en Gran Bretaña. Los privatizadores
apoyados por los conservadores y por los laboristas ha minado tanto el
último bastión de las reformas históricas de 1945, el Sistema Nacional
de Sanidad, que lucha por sobrevivir.
La advertencia se produjo
cuando en ministro de Hacienda, George Osborne, personificación tanto
del antiguo régimen británico como de la mafia de los bancos en Europa,
amenazó con recortar 30.000 millones de libras de los servicios públicos
si la gente votaba de manera equivocada. Era de un chantaje monumental.
Durante
la campaña la inmigración fue explotada con un consumado cinismo no
solo por parte de políticos populistas de la derecha lunática, sino
también por parte de políticos laboristas que recurrían a su propia
venerable tradición de promover y alimentar el racismo, un síntoma de
corrupción no en la base sino en lo más alto. La razón de que millones
de personas refugiadas hayan huido de Oriente Próximo (primero Iraq,
ahora Siria) es las invasiones y el caos imperialista provocado por Gran
Bretaña, Estados Unidos, Francia, la Unión Europea y la OTAN. Antes de
ello se había producido la salvaje destrucción de Yugoslavia. Antes, el
robo de Palestina y la imposición de Israel.
Es posible que los
salacot desaparecieran hace tiempo, pero la sangre no se ha secado
nunca. Un desprecio decimonónico por países y pueblos en función de su
grado de utilidad colonial sigue siendo el eje de la moderna
“globalización”, con su perverso socialismo para los ricos y capitalismo
para los pobres: su libertad para el capital y la denegación de la
libertad para el trabajo; sus pérfidos políticos y sus funcionarios
politizados.
Todo esto ha llegado ahora a Europa y ha
enriquecido a personas como Tony Blair y ha empobrecido y desempoderado a
millones de personas. El 23 de junio los británicos dijeron ya basta.
El
propagandista más eficaz del “ideal europeo” no ha sido la extrema
derecha, sino una clase insoportablemente patricia para la que Reino
Unido es el Londres metropolitano. Sus miembros más destacados se
consideran a sí mismos tribunos liberales, ilustrados y cultivados del zeitgeist
del siglo XXI, e incluso “majos”. En realidad son una burguesía con un
insaciable gusto consumista y un viejo instinto de su propia
superioridad. En su periódico, The Guardian, se han mofado día
tras día de aquellas personas que pudieran siquiera considerar que la
Unión Europea es profundamente antidemocrática, una fuente de injusticia
social y de un virulento extremismo llamado “neoliberalismo”.
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