Footprints - Praia do Castelejo, Vila do Bispo, Algarve

quarta-feira, 15 de junho de 2016

Pie con bola

Hay mucho dinero en juego. Esa fascinación estrambótica que ejerce el fútbol sobre las sociedades contemporáneas rebasa voluntariosamente todas las intentonas que creímos suficientes para explicarnos los cómo, los por qué y los cuándo de ciertos magnetismos cancheros. Sociólogos, antropólogos o politólogos (entre otros muchos interesados) se devanan los sesos pretendiendo establecer límites, categorías, definiciones y estadísticas, capaces de poner en claro el conjunto de factores combinatorios que dan por resultado uno de los fenómenos colectivos más inextricables. Los monopolios mass media se relamen los bigotes. Nadie da pie con bola.
Deporte, espectáculo y arte preñados con performance popular, rito de congregación masiva, manipulación de masas… todo junto amontonado y revuelto. Catarsis de presiones históricas y parafernalia de fe, dogmatismo o fanatismo, que alcanzan extremos entre lo erótico y lo tanático. No hay psicoanálisis de las sociedades modernas, incluso con sus reduccionismos racionalistas, que sea capaz de valorar y redimensionar, en su conjunto, el papel del fútbol en el espíritu de la humanidad contemporánea. Con sus bondades y necedades. ¿Será que es tan complejo?
Cuando una trama de movimientos, estrategias, accidentes o absurdos desencadena en el espectador ese chicotazo emocional que lo castiga o gratifica, por él, para él, y hasta él, se confirman potencias, esperanzas, alegrías, desencantos o ritos profundísimos que habitan ya en el ser de las culturas como condición delirante para muchas de sus expresiones. Alienación al canto. Hay quienes lo ven sólo como negocio.
El fútbol es, también, una coreografía lúdica que se funda en el agón, el azar, el vértigo y la mimesis. Los jugadores danzan un rito del estallido y de la expansión que tiene como pretexto el control del cuerpo humano, del cuerpo esférico y del cuerpo colectivo, asociados para que toda su energía pase por una puerta arquetípica que casi siempre significa renovación donde se reinicia el ciclo. Quien inventó el fútbol, (persona, sociedad o secta) consciente o inconscientemente, puso sobre la rectangularidad del terreno un conjunto de piezas estremecedoramente parecidas a las que contiene la existencia toda. Eso seduce a los pueblos desde siempre. El fútbol pone en juego inteligencias geométricas, que sintetizan fuerza, aceleración, masa, probabilidades y curvas en un ejercicio estético cuyo arte, ritmo, armonía, y composición, manejan repertorios de imágenes abstractas, fijas en la mente del público y el jugador. Potencias resucitadas cíclicamente en la fantasía y maravilla del gol. Y a cobrar se ha dicho.
Por más que la palabra “gol” signifique meta, el fin último del fútbol no es el “gol”. Como en todo fenómeno lúdico siempre es más importante el proceso que el producto, aunque el producto sirva, o no, para cobrar sueldos, entradas, regalías y prestigios de comentaristas, cronistas, futbolistas, sucedáneos y conexos. Quien disfruta el "balón pie" afina su percepción sobre movimientos, acomodos, condición física, logísticas y destrezas de cada jugador y del conjunto. Pero, además, disfruta carismas, desafíos, heroicidades, suerte y destino individual o grupal, divisa-religión que magnetiza a sociedades enteras. Magia inefable que oculta sus secretos en las gavetas culturales más íntimas de los pueblos. Sirve para ocultar muchas cosas.

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