Hay mucho dinero en juego. Esa fascinación estrambótica que ejerce el
fútbol sobre las sociedades contemporáneas rebasa voluntariosamente
todas las intentonas que creímos suficientes para explicarnos los cómo,
los por qué y los cuándo de ciertos magnetismos cancheros. Sociólogos,
antropólogos o politólogos (entre otros muchos interesados) se devanan
los sesos pretendiendo establecer límites, categorías, definiciones y
estadísticas, capaces de poner en claro el conjunto de factores
combinatorios que dan por resultado uno de los fenómenos colectivos más
inextricables. Los monopolios mass media se relamen los bigotes. Nadie da pie con bola.
Deporte, espectáculo y arte preñados con performance popular,
rito de congregación masiva, manipulación de masas… todo junto
amontonado y revuelto. Catarsis de presiones históricas y parafernalia
de fe, dogmatismo o fanatismo, que alcanzan extremos entre lo erótico y
lo tanático. No hay psicoanálisis de las sociedades modernas, incluso
con sus reduccionismos racionalistas, que sea capaz de valorar y
redimensionar, en su conjunto, el papel del fútbol en el espíritu de la
humanidad contemporánea. Con sus bondades y necedades. ¿Será que es tan
complejo?
Cuando una trama de movimientos, estrategias,
accidentes o absurdos desencadena en el espectador ese chicotazo
emocional que lo castiga o gratifica, por él, para él, y hasta él, se
confirman potencias, esperanzas, alegrías, desencantos o ritos
profundísimos que habitan ya en el ser de las culturas como condición
delirante para muchas de sus expresiones. Alienación al canto. Hay
quienes lo ven sólo como negocio.
El fútbol es, también, una
coreografía lúdica que se funda en el agón, el azar, el vértigo y la
mimesis. Los jugadores danzan un rito del estallido y de la expansión
que tiene como pretexto el control del cuerpo humano, del cuerpo
esférico y del cuerpo colectivo, asociados para que toda su energía pase
por una puerta arquetípica que casi siempre significa renovación
donde se reinicia el ciclo. Quien inventó el fútbol, (persona, sociedad
o secta) consciente o inconscientemente, puso sobre la rectangularidad
del terreno un conjunto de piezas estremecedoramente parecidas a las que
contiene la existencia toda. Eso seduce a los pueblos desde siempre. El
fútbol pone en juego inteligencias geométricas, que sintetizan fuerza,
aceleración, masa, probabilidades y curvas en un ejercicio estético cuyo
arte, ritmo, armonía, y composición, manejan repertorios de imágenes
abstractas, fijas en la mente del público y el jugador. Potencias
resucitadas cíclicamente en la fantasía y maravilla del gol. Y a cobrar
se ha dicho.
Por más que la palabra “gol” signifique meta, el fin
último del fútbol no es el “gol”. Como en todo fenómeno lúdico siempre
es más importante el proceso que el producto, aunque el producto sirva, o
no, para cobrar sueldos, entradas, regalías y prestigios de
comentaristas, cronistas, futbolistas, sucedáneos y conexos. Quien
disfruta el "balón pie" afina su percepción sobre movimientos, acomodos,
condición física, logísticas y destrezas de cada jugador y del
conjunto. Pero, además, disfruta carismas, desafíos, heroicidades,
suerte y destino individual o grupal, divisa-religión que magnetiza a
sociedades enteras. Magia inefable que oculta sus secretos en las
gavetas culturales más íntimas de los pueblos. Sirve para ocultar muchas
cosas.
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